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5 cosas de la Capilla Sixtina, sede del cónclave para elegir al nuevo Papa

La Capilla Sixtina alberga 200 personas en misas y hasta 20 mil alrededor de 25 mil visitantes que llegan a diario, 5 millones al año. 


En un lugar con más de cinco siglos y medio de historia, ubicado en el Estado más pequeño, tienen lugar unas elecciones que intrigan a gran parte del mundo por razones religiosas, políticas, sociales e intelectuales.


En alrededor de 1.400 millones de fieles católicos, porque se trata de la selección del sucesor de San Pedro, el primer papa ordenado por Jesús.

Según esa tradición, la línea ininterrumpida de sucesores que ha habido desde entonces ha asegurado que los mensajes y enseñanzas que Cristo les dio a los apóstoles se hayan transmitido y permanecido inalterados.

Los cardenales con voz y voto en la decisión sobre cuál de los príncipes de la Iglesia católica apostólica romana será el sumo pontífice se congregaron por primera vez en la Capilla Sixtina en 1492.

Era la única sede de cónclaves, hasta que en 1878 se convirtió en la permanente.

Allí se elige a un papa, es en la delgada chimenea que está en su techo y no en sus magníficas obras de arte donde se fijan los ojos del mundo, a la espera de señales de humo, las únicas pistas de lo que está ocurriendo en su interior.

Y es que, a partir del momento en el que se proclama extra omnes, y todos los que no forman parte del cónclave se retiran, los cardenales electores se quedan encerrados entre esas cuatro paredes y con un techo tapándoles el cielo.

Suena claustrofóbico, ¡pero qué paredes y qué techo!

La Capilla Sixtina es una obra de arte que a lo largo de los siglos ha dejado a millones maravillados.

Algunos se quedan sin palabras; otros, como el erudito alemán Goethe, las encuentran:

«Hasta que no hayas visto la Capilla Sixtina, no tendrás una idea adecuada de lo que el hombre es capaz de lograr».

1. Miguel Ángel escribió un poema lamentando las dificultades de embellecer uno de los lugares más sagrados de la cristiandad

Es incongruente que Miguel Ángel creara una obra tan sublime en la bóveda de la Capilla Sixtina contra su voluntad.

Pero así fue.

Siempre se consideró más escultor que pintor.

Para Miguel Ángel, ya famoso como escultor del David en Florencia, el fresco de la Capilla Sixtina fue una prueba de su habilidad y resistencia, y del potencial del arte para asombrar, que materializó en su asombrosa maestría de la forma humana.

Cuando el papa Julio II le pidió que se encargara de la capilla, estaba trabajando en la tumba de mármol del pontífice y nunca antes había terminado un fresco completo.

A pesar de que la comisión llegaba de tan alta autoridad, intentó rechazarlo dos veces, pero finalmente capituló.

Una de las pruebas más fehacientes de su reticencia es un soneto que le envió a su amigo Giovanni di Pistoia en 1509, apenas un año después de empezar su obra en el techo Sixtino, tarea que se extendería durante tres años más.

Sus quejas y dolencias ya eran numerosas.

Tenía la glándula tiroides inflamada, decía, la columna vertebral torcida y encorvada, el pecho oprimido y retorcido, los muslos acalambrados constantemente y el trasero dolorido por el esfuerzo.

Por si fuera poco, «¡Mi pincel, encima de mí todo el tiempo, gotea pintura para que mi cara sea un buen piso para los excrementos!«.

No eran lamentos vanos.

Para pintar el techo de 3.300 metros, tenía que estar parado en un andamio precario de 18 metros de altura, con el cuello doblado hacia atrás y el brazo elevado por encima de la cabeza.

Gran parte del tiempo trabajaba en soledad, pues, como demostró el trabajo de restauración en la Capilla Sixtina, sus frescos fueron realizados en gran parte por su mano, a excepción de partes relativamente menores hechas por asistentes.

Le preocupaba su estado mental.

«Porque estoy atascado así,

mis pensamientos son estupideces locas, pérfidas:

cualquiera dispara mal por una cerbatana torcida«.

Y le preocupaba también que pintar en esas condiciones afectará la obra, de ahí que declarara, al final del poema:

«Mi pintura está muerta.

Defiéndela por mí, Giovanni, protege mi honor.

No estoy en el lugar correcto, no soy pintor«.

2. En «La creación de Adán» aparece otro humano (y es mujer).

Miguel Ángel tuvo en cuenta la curvatura de la bóveda y ajustó los dibujos para que la obra se viera como debía ser.

La imagen central del techo de la capilla, que muestra a Dios creando a Adán, con sus dedos casi tocándose, es una de las más impactantes de todo el edificio.

Como le dijo a la BBC la historiadora del Renacimiento Catherine Fletcher, es «una de las pocas pinturas que se ven por todas partes».



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