Ana Julia Quezada fue madre joven, perdió a su hija en circunstancias extrañas y la vida le hizo una mala jugada.
Reconstruyó su vida con silencios y huidas, hasta que el asesinato del niño Gabriel Cruz la convirtió en el rostro más temido del país.
De La Vega a la oscuridad
Ana Julia Quezada nació en 1974 en La Vega, República Dominicana. Creció en La Cabuya, un poblado de techos bajos y futuro estrecho.
Tenía apenas 16 años cuando una tía le prometió cambiar su suerte.
Le habló de España como quien describe el paraíso con trabajo, estabilidad, una vida nueva.
La adolescente no dudó. Viajó ilusionada, pero al llegar a Burgos, su destino cambió de golpe.
Conducida a un club de alterne llamado El Piccolo, en la carretera Madrid-Irún.
Comenzó a trabajar en dos establecimientos similares llamados Las Malvinas.
Entre copas impuestas y noches interminables, Ana Julia conoció a Miguel Ángel, un camionero que se prendó de ella.
Asesinato
Ese crimen fue el día 27 de febrero que irónicamente coincide con la Independencia de Haití y República Dominicana en 1844
Hoy, condenada a prisión perpetua, vuelve al centro del escándalo por una relación con un funcionario penitenciario en la cárcel de Brieva, donde estuvo el cuñado del rey.
Su historia, sin atenuantes ni consuelo, es un espejo roto donde convergen la marginalidad, manipulación y trauma no resuelto.
Su historia
La historia adquiere tintes novelescos en el relato de quienes los conocieron, él se enamoró, ella agotada, sola, sin derechos ni papeles vio una salida.
Miguel Ángel la "rescató" del burdel literalmente sin nada: "Con decirte ropa interior.
Era una mujer sin bienes, raíces, identidad, afecto de un hombre ni familia.
Se casaron, Ana Julia quedó embarazada.
Había dejado atrás los clubes, pero no el pasado.
Miguel Ángel le propuso traer a su hija Ridelca, de cuatro años, que vivía en República Dominicana al cuidado de parientes.
Ella aceptó.
La niña llegó en diciembre de 1995 y pareció sellar la esperanza de una familia nueva.
Pero esa paz duró poco.
En 1996, Ridelca murió al caer desde una ventana de un séptimo piso.
El caso se cerró como un accidente.
Ana Julia declaró que había dejado la ventana entreabierta para ventilar.
Fue una muerte silenciada.
Sin escándalo y duelo visible.
La relación con Miguel Ángel se rompió.
Ella lo denunció por malos tratos y obtuvo una orden de alejamiento. A partir de entonces, su vida se convirtió en una sucesión de trabajos domésticos, relaciones fallidas y mudanzas.
Había construido una rutina en la periferia, siempre con algo por ocultar, reinventándose.
El crimen de Gabriel
Ya en Almería, conoció a Ángel David Cruz.
Convivieron.
Allí se cruzó el destino de Ana Julia con el niño que no pudo defenderse.
Gabriel Cruz, hijo de Ángel David, desapareció el 27 de febrero de 2018, la misma fecha en que su país natal celebraba su Independencia.
Un símbolo cruel: mientras la República Dominicana recordaba su libertad, Ana Julia asesinaba a un niño de ocho años y lo enterraba en el maletero de su vehículo.
Doce días, fingió buscarlo.
Lloró, abrazó cámaras, caminó junto a los padres en marchas y vigilias.
Pero Gabriel estaba muerto desde el primer día, asfixiado por sus manos.
La frialdad con que actuó multiplicó la indignación pública. Fue condenada a prisión permanente revisable por asesinato con alevosía, agravante de parentesco y ocultación de cadáver.
Hoy cumple condena en la prisión de Brieva, en Ávila, el mismo centro penitenciario donde estuvo Iñaki Urdangarin, cuñado del rey.
En esa cárcel discreta y de alta seguridad, Ana Julia volvió a los titulares.
Fue investigada por mantener una relación íntima con un funcionario penitenciario.
No era la primera vez que se le atribuían comportamientos manipuladores en prisión.
Mientras tanto, Patricia Ramírez, madre de Gabriel, ha denunciado reiteradamente el uso que Ana Julia hizo de su condición de mujer, inmigrante y madre para construir una imagen manipuladora.
"No se arrepiente, no siente", ha dicho. La justicia, al menos, ya ha hablado.
La historia de Ana Julia Quezada no pide compasión.
Tampoco admite olvido.
Es el retrato de una vida que se construyó entre fracturas y terminó convertida en ruina.
Y la paradoja final.
Un crimen cometido el mismo día que su país celebra su libertad de Haití en que queda como cicatriz simbólica de una existencia donde nunca hubo verdadera redención.
Patrones destructivos forjados en la tierra que la acogió
Ana Julia Quezada es, sí, dominicana de nacimiento.
Pero su vida adulta, afectos, rupturas, traumas, crímenes se desarrollaron en España, país del que adquirió la nacionalidad.
En este territorio español se formaron sus patrones destructivos, donde ocurrieron desvaríos afectivos, estallidos emocionales y progresiva desconexión de la empatía.
Las cicatrices de su vida no solo vienen de lejos.
Muchas fueron abiertas y no cicatrizadas en el país que le ofreció una segunda oportunidad y donde la historia terminó en tragedia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario