
Su vida en Nueva
York fue una mentira. La cárcel de Rikers Island, donde le han dado
acomodo obligatorio, no. Anna Delveydisfrutó de una existencia de lujo
desde que aterrizó en la Gran Manzana en el 2014.
Como supuesta afortunada heredera
alemana, vestía ropa de diseñadores famosos, residía en hoteles exclusivos o
cenaba en los restaurantes más caros acompañada por ricos inversores, a los que
atrajo con su proyecto de construir un selecto club privado de 40 millones de
dólares.
No tenía ni un centavo. En
eso consistió su arte. Llegar, disfrutar e irse de rositas con la frente muy
alta y sin remordimientos por estafar a los ricos.
Todo lo que poseía era
ajeno. Incluso cometió la temeridad de intentar desplumar a un par de bancos.
Su factura la va a pagar Anna Sorokin con una pena de cuatro a doce
años de prisión.
Sorokin es el apellido auténtico de esta mujer de 28 años.
Nació en Rusia. Su familia emigró a Alemania.
Creció
en Eschweller, lugar en el que su padre ejerció de ejecutivo de una
compañía de transporte, hasta que el negocio entró en crisis.
Anna dejó a sus
padres y marchó a París para estudiar diseño de moda. Entonces adoptó su nueva
identidad como Delvey.
Hizo un viaje a la ciudad de los rascacielos, sólo de
visita, pero vio que era su territorio propicio.
“Estaba cegada por el
brillo y el glamur de Nueva York”, afirmó la juez Diane Kiesel, del
tribunal de Manhattan, al imponerle este jueves la condena tras ser
hallada culpable por el jurado.
El caso de la falsa millonaria ha cautivado a
los medios locales y más allá, con libros y seriales, como uno que
prepara Netflix producido por Shonda Rhimes.
Su impostura
resulta algo muy propio en esta era donde las redes sociales potencian los hechos
alternativos, al estilo trumpista.
En su papel de Delvey, su cuento de
heredera tomó cuerpo mediante la Instagramación de
su vida, siempre en actos culturales o en encuentros con gente guapa.
Pena de entre 4 y 12 años a
una estafadora que hizo de su juicio una pasarela; Netflix le dedicará una
serie.
“Estoy sorprendida por la
profundidad del engaño de la acusada, su laberinto de mentiras para mantenerse
a flote”, remarcó la juez.
“Sólo le interesaba la ropa de marca, el champán,
los jets privados, la experiencia de los hoteles boutique, los viajes exóticos,
todo lo que se compra con el gran dinero.
Pero ella no lo tenía, sólo era una
gran estafa”, añadió. “La verdad es que no lo siento”, replicó ayer Sorokin en
una entrevista que The New York Times le realizó en el
presidio.
“Te mentiría a ti, a todos
los demás, a mi misma, si dijera que me arrepiento de algo. Sólo lamento la
manera en que hice ciertas cosas”, matizó. “Mi motivo nunca fue el dinero.
Tenía hambre de poder”, insistió. Aunque planteó excusas por sus acciones,
Sorokin no pidió perdón por sus delitos: –No soy una buena persona.
Para su
proyecto de club, al que incorporó inicialmente al
arquitecto Gabriel Andrés Calatrava, hijo de Santiago Calatrava,
aseguró contar con un fondo fiduciario de 60 millones de euros.
A fin de lograr
créditos, falsificó la documentación. Cuando un banco le dijo que no, acudió a
otro. Al pedirle el segundo un aval, ella regresó al primero un crédito de
100.000 dólares.
Pero esa segunda entidad investigó, no lo vio claro y le
devolvió más de 50.000 dólares. Sorokin no los reembolsó. Prefirió derrochar.
El juicio le sirvió de
pasarela. Una célebre estilista le facilitó vestidos de Saint
Laurent, Miu Miu o Victoria Beckham.
A veces las vistas se
retrasaron por su necesidad de ajustar sus modelos.
La juez la avisó
reiteradamente. Parecía más preocupada por su aspecto que en su defensa. En
Rikers Island, se le acabó la preocupación. Luce mono de reclusa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario