Julio César Taveras Reinoso, párroco de la Iglesia Santa Rosa de Lima en Mirón, oriundo de la ciudad de Montecristi.
P.
JULIO CÉSAR TAVERAS REYNOSO, M.SS.CC. que el pasado día 26 de julio pasó a la
Casa del Padre, a la edad de 60 años, en la carretera que une Santiago y Santo
Domingo en República Dominicana, a causa de un accidente de tráfico.
Una
vez más el Padre de toda Vida se hace notar. Es cierto que la vida domina la
creación; pero nuestra capacidad de apreciar las cosas reacciona muy
fuertemente cuando la vida acaba en una persona querida.
Es lo
que experimento, en el tercer día de la llamada del P. Julio a la otra forma de
vivir, que es la plena y definitiva. Conocí al P. Julio cuando yo llegaba a la
media edad y él subía por la adolescencia.
Eran
unos años en los que se dio un cierto florecer vocacional en la Delegación del
Caribe. Hasta en Montecristi, comunidad antigua y viva; pero también probada
por la dispersión de los campos, digo de las comunidades cristianas, y por una
economía repleta de promesas, y no muy llena de realizaciones.
Siempre
me alegró que nuestros misioneros optaran por estas periferias, que eran los
Bateyes, también Manzanillo, Copey, Santa María, etc. Había llegado a los
cursos de teología el Dr. Miguel García Tatis, pero vocacionalmente Montecristi
no era muy prometedor.
(El
Dr. Miguel me ha dado algunos datos sobre la familia de nuestro hermano Julio
César. Gracias). Bueno, esta es mi impresión. De hecho, con el P. Jesús N.
Jordán y con el P. Andreu T. Amengual visité muchas el campo de Las Aguas, en
los Bateyes, donde vivía la familia del P. Julio. Una tía del mismo misionero
cuidaba de animar la pequeña comunidad.
El
entorno de la casa de la familia estaba siempre limpísimo. Es algo que me llamó
la atención en Rwanda. Y es que muchas personas, desde la sencillez y hasta de
la pobreza saben difundir la belleza con un gusto estético exquisito, que me
invita a trasladarlo a nuestros templos y casas.
Otra
cosa que el P. Andreu me repetía: nunca saldrás de la casa del P. César sin un
racimo de guineos (plátanos), o unos huevos... Y era así. La sencillez del
campesino es obsequiosa.
En
este hogar, en este ambiente formado por su padre, Ángel Taveras (Pululo) y
Ramona del Carmen Reynoso (Carmela) creció un muchacho bueno, cuidadoso,
atento, Julio César Taveras, con sus hermanos Osvaldo (Papo), José Joaquín,
Rafael (Bocho), Simón Bolívar (Dida), Argentina (Tina) y André (Tete).
Cuando
Julio César era niño, la tía Ercilia y Carmela (hermanas) eran quienes acogían
al Padre y a las Monjas cuando visitaban Las Aguas. La mamá Carmela y esta tía enviaban
a los niños, hermanos y primos a la catequesis del Batey Sábalo, y allí Julio
César hizo la primera comunión.
Aquí
hemos de dar paso a otro hermano misionero, algo mayor y de enormes volúmenes,
el P. Ramoncito, o P. Colombo, que la Providencia interpuso en la vida de Julio
César, y sin el cual éste difícilmente hubiera entrado en nuestro noviciado.
He de
aclarar eso de Ramoncito, para los no dominicanos. Se trata del P. Leoncio
Mejía Mosquea, natural de la Guachupita de Santo Domingo, uno de los barrios
populares, que con sus tractores y máquinas arrasó –estuve con el P. Leoncio– y
transformó el presidente Balaguer.
Era
alto, y llegó a ser muy voluminoso. Ciertamente se veía que comía para él. Pero
fuera de esto, todo lo demás era para las otras personas. En tiempos en que la
legalidad era menos exigente, creó liceos (escuelas secundarias) y hasta una
Universidad en Montecristi. Hoy esto parece leyenda.
Pero
podría mostrar fotos del cartelón que localizaba esta universidad. Julio César
estudió la primaria en la escuela de Palo Verde, en los Bateyes, cerca del río
Yaque del Norte, no a muchos kilómetros de su desembocadura, allá por las aguas
casi colindantes con Haití.
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Cursó el primer año de Bachillerato en Castañuelas. Para el segundo, desde Las
Aguas, en un “motorcito” (en una moto pequeña) o «de bola» acudía al liceo
«José Martí» de Montecristi.
Y en
estas circunstancias el P. Colombo implantó el Liceo «Cristo Liberador en Batey
La Cruz», en el cual César hace tercero y cuarto años de Bachillerato, y en el
mismo se gradúa, a la orilla del río Yaque del Norte, no a muchos kilómetros de
su desembocadura, allá por las aguas casi colindantes con Haití.
Que
los apagones de la electricidad abundaban, es otro fenómeno que experimenté a
menudo, y nunca entendí cómo semejante daño a la población es podía dar en un
país con una macroeconomía tan boyante. Pero esto, aquí, no interesa mucho.
El P.
Ramoncito lo entusiasma y ya bachiller el joven Julio César pidió ser admitido
en nuestra Congregación de Misioneros de los Sdos.
Corazones, y se sumó a un grupito en el cual
los estudiantes brillantes se manifestaban. César académicamente era una de las
cenicientas de nuestro pequeño Escolástico.
El
sistema escolar daba lo que daba. Pero el joven Julio César emprendió la larga
marcha de la formación para ser ordenado presbítero, y la culminó
satisfactoriamente. Lo que no recibió en el bachillerato fue rescatándolo
durante los cursos de filosofía y teología.
Con
este constante protagonismo, la Congregación pudo presentar a la ordenación
presbiteral un misionero íntegro, pobre, amable, formado, cordial, y capaz de
discernir.
Y
quiero justipreciar el valor de la integridad de la persona, porque, sin que él
tuviera continuamente en los labios el nombre del P. Fundador, vivió marcado
por la ejemplaridad en sus relaciones y en sus opciones.
El P.
Fundador resaltaba la productividad misionera del testimonio cristiano,
recordando a otro pobre, San Francisco de Asís.
Esta
integridad y coherencia personal es una de las maneras para hacer creíble que
la Iglesia es santa. En personas como el P. César, podemos vislumbrarlo.
Voluntario a Rwanda En abril de 1994 culminaron unas violencias horribles en
Rwanda.
Los
muertos fueron a cientos de miles, y, por simples estadísticas, aunque la
dictadura de la etnia hutu forzó la situación, a la larga sus muertos superan a
la etnia tutsi, que la substituyó en el gobierno del mismo estilo.
Estos
acontecimientos hicieron que la Congregación saliera del país. Pero, a los
pocos años, el P. Jaume Roig, que casi mensualmente viajaba de los campos de
refugiados de Kyabarisa (Kagera-Tanzania), para procurar la conservación la
misión de Kiziguro y sus centrales y sucursales, finalmente decidió quedarse en
esta parroquia, aunque en unas condiciones de habitabilidad ínfimas.
Los
militares que habían encendido el fuego para cocinar con hojas de los libros de
registros de bautismos, etc., del archivo parroquial, habían arrancado puertas
y robado camas, sillas, mesas, muebles, etc. Y el P. Jaume se hizo con un
colchón y dormía en el piso, hasta que, a horas intempestivas, le asustó un
vecino con malas maneras, enfocando a su habitación unos faros grandes.
El P.
Roig no atendió a sus amenazas para que saliera fuera. Menos mal. En estas
circunstancias, puestas en conocimiento de los misioneros, el misionero
cordial, que era el P. Julio César, se ofreció para acompañar al P. Roig,
antiguo misionero en Rep. Dominicana, sobre todo en las lomas de la parroquia
vecina de Montecristi, Santiago Rodríguez.
Los
visité en estas precarias circunstancias. No sé cómo expresarme. Unos años
antes, –creo que ya lo escribí hace poco–, cuando fui a sacarme el certificado
de penales, que se decía, para viajar a Rwanda, en diciembre de 1994, una
funcionaria del ministerio de Justicia con gran educación y admiración me
preguntó cómo se me ocurría ir a un lugar tan arriesgado.
Le respondí que, si allí podían estar mis hermanos, cómo mínimo podía ir yo por unas semanas. Me convencí de que me había 3 entendido.
El P. Julio César hizo compañía al medio campesino dominicanizado en Jaimito, y la sierra desde donde se divisan las montañas haitianas, que era el P. Roig, poco hablador como el P. Julio, pero que de seguro le contó infinitas historias del amigo, conocido por el mote Papa, y de tantos otros chascarrillos, que aprendió por aquellas extensiones, y que graciosamente dejaba caer este nativo de Vilafranca de Bonany, (Mallorca), etc.
El P. Julio como misionero, se debía también al pueblo
ruandés, por lo cual, acompañado de algún catequista, a servicios pastorales,
litúrgicos, misa incluida, en la cual todo se proclamaba en kinyarwanda.
Esta
fraternidad, expresada en compañía, la continuó el diácono de Santiago
Rodríguez, Pascual Ortiz. Ojalá la Delegación del Caribe, en su reflorecer
vocacional tiene la valentía para saltar el océano, y compartir sus misioneros,
como antes se compartieron con ella los de otras delegaciones.
Somos fruto de la misión. Formación El P. Julio César, aunque no hubiera deslumbrado por sus dotes intelectuales, logró hacerse un cuerpo doctrinal digno. Y, ante decisiones de otros hermanos que les llevaron a dejar la Congregación y el ministerio, él fue enviado a Roma, para que se especializara en Teología de la Espiritualidad, para después dedicarse a la formación de prenovicios, novicios y jóvenes profesos.
El P. Taveras ha prestado este servicio en diversas ocasiones, y su talante fraternal les ha acercado a los jóvenes misioneros, que han sabido apreciar su bondad y su fraterna compañía comunitaria.
Solamente alguno de los misioneros mayores de la Delegación del Caribe fue connovicio con él y compañero de estudios. El resto lo considera un referente para la vida comunitaria misionera. Debido a esta sensibilidad, como lo indiqué, en setiembre de 2019 me invitó para compartir con la Delegación el documento de la Congregación para el Clero, de 2016, que lleva por título El don de la vocación presbiteral, por espacio de varios días. Ministerio parroquial Probablemente haya sido en el ministerio parroquial cuando mejor se ha sentido el P. César.
Lo ha ejercido hace tiempo en Montecristi, y después en especial en Fantino, parroquia con mucha religiosidad, y con muchos campos, o pequeñas poblaciones, en Santa Rosa de Lima de Santiago de los Caballeros, con algunas capillas en la Loma de Jacagua, y, últimamente en la homónima parroquia de Santo Domingo, donde no ha mucho empezaba. Esta parroquia la inició el P. Vicente Yábar, que también falleció víctima de un camión en la misma en el barrio de Manganagua.
El P. Julio César tenía, además, encomendada la misión de estar cerca de los prenovicios, que han sido allí destinados. En este punto debemos recordar sus desvelos para construir el templo parroquia de Santa Rosa de Lima de Santiago, dotada de otras instalaciones, para una más amplia pastoral.
Pero si hemos recordado que celebró en Rwanda, hemos de recordar que en unos fructuosos años aportó su bondad a las parroquias de Santiago Apóstol de Sierra Bayamón, y, de refilón, a su vecina de San Juan Bta. de la Salle, de Puerto Rico, donde queda imborrable el recuerdo de un misionero amable. Supo acompañar los grupos de laicas y laicos misioneros.
Cuando en nombre de la Delegación del Caribe fui invitado por él i por el ingeniero Emilio López, en otoño de 2019 a tener unos encuentros con los Laicos Misioneros, y con los religiosos misioneros, una tarde me llevó a la comunidad de Bacumí, para conversar con el grupo que allí se formó, en una de sus reuniones.
Nunca me cansé de decirle y escribirle, hasta hace bien poco, que la Delegación goza de la mayor bendición de los Sdos. Corazones, que son 4 estos grupos laicales. Ojalá seamos sinodales y no clericales, para que juntos, laicos y ministros, seamos testigos del amor de los Sdos. Corazones, en medio de nuestro mundo.
Agradezco estos encuentros en Rep. Dominicana y Puerto Rico, desde los cuales la misión que continuamos, como escribió el Ven. P. Joaquim Rosselló, que consiste en prender el amor en nuestro mundo dure. Sin laicos no hay Iglesia. Sin ministros no hay eucaristía, que hace la Iglesia. Ojalá esta iglesia abra nuevas puertas para el ministerio. Pero, hoy, si queremos laicado, hemos de priorizar la Pastoral Vocacional al ministerio y vida religiosa.
Creo que mi recuerdo no es erróneo, si digo que, para que su servicio fuera más actual, dedicaba bastante tiempo a consultar, reelaborar y actualizar materiales pastorales sobre el ministerio parroquial. Delegado del Superior General en el Caribe Las dotes humanas del P. Julio le hacían una persona de confianza de los demás misioneros.
Por esto, según el estilo de la vida religiosa, en muchas ocasiones fue elegido por votación como Delegado del Superior General. Supo acompañar a los hermanos mayores, que por nacimiento no eran dominicanos, hecho muy de agradecer y muy coherente con la espiritualidad del corazón, de los Sdos. Corazones. Es cierto que la monotonía de los problemas que presenta la vida llegó a cansarle.
Pero alguna vez supo reenganchar en el servicio, hecho que se le agradece muchísimo. Un legado espiritual No podría acabar este recuerdo fraternal del P. Julio César sin mirar al futuro. Como religioso, para el cual los tres votos son esenciales, como expresión de la entrega sin fisuras a Dios, en el seguimiento de Cristo, manifestó su sabiduría en no jugar afectivamente con ninguna mujer.
Supo que el amor entre la mujer y el varón no está orientado por las costumbres, como a veces hay quien puede creer. Claro que las costumbres marcan ciertas formas de conducta. Pero la relación del amor entre personas de sexo diferente no se puede regular, como se maneja la velocidad de un vehículo.
Esta relación es antropológica, y afecta a lo más profundo de la persona. El enamoramiento no es previsible. Por eso, estas relaciones son tan profundamente humanas, al tiempo que piden un respeto insobornable entre las personas.
Tampoco, como a veces se ha dicho al referirse a la perseverancia en la vida religiosa o en el ministerio ordenado, entró en tratos casi comerciales con Dios, contentándose con darle unos años de servicio misionero, y el resto para reservarlos a otros menesteres según la propia preferencia.
César era más profundo. En definitiva, el P. Julio César captó el valor y el alcance antropológico de este amor, y no se enganchó a la llamada tercera vía, que es la del soltero que juega y dosifica el amor, con lo que engañas y frustras a la mujer. Agradezco su testimonio de vida plena, sin regateos con Jesucristo.
Es lo que hemos de agradecer al Espíritu, los religiosos y los laicos que viven en matrimonio con su entrega incondicional serán este símbolo real del amor que Cristo tiene a su Iglesia. No hablamos de mejor o peor, ni de más o menos, sino la plenitud del amor, según la vocación recibida, que es plenamente evangélica. Y el otro legado está en vinculación con este que acabo de recordar.
Un clericalismo de baja calidad a veces ha considerado la vida del clero secular como inferior a la de los religiosos. A veces ha habido personas influyentes que han invitado religiosos a pasarse al clero secular, para gozar de más libertades. Y no han faltado teólogos religiosos que han considerado la vida religiosa como de primera clase. Todavía conocí personas de mucha influencia que escribieron así. 5 Vayamos al P. Julio César. A veces, en el discernimiento de las vocaciones en el noviciado o en el escolasticado de la Congregación surgían preguntas importantes.
Y siempre ha de ser prioritario el bien de la persona, al tiempo que no se defrauda a la Iglesia. En estas ocasiones y hasta en asambleas, a veces alguien clerical para resolver el proceso del discernimiento, especialmente cuando surgían problemas comunitarios, proponía mandarlo a un seminario diocesano o al clero secular.
Diversas veces el P. Julio César manifiestamente se mostró fiel seguidor de Jesús, en el carisma recibido por el Ven. P. Joaquim Rosselló i Ferrà, presbítero de virtudes intachables, y cortaba el discurso, declarando lo que es nuestra persuasión, que el clero secular no es un refugio para religiosos menos fervientes. El clero secular está destinado a un ministerio esencialmente cristiano, que es vía de santidad.
No hay ni más ni menos perfección sino que existen formas evangélicas diversas, y cada una es la mejor para quien ha sido llamado a vivirla.
No faltaría más que dijéramos que el Espíritu, que derrama el amor en nuestro bautismo, nos impulsara hacia formas de vida cristiana defectuosas. Que nos recuerde: Este legado es precioso, y el P. Julio César, que está con nuestro Dios, que es la Trinidad, intercederá por todos nosotros.
Por la continuación de su voluntariado misionero en Rwanda, por parte de otros hermanos del Caribe, Rep. Dominicana y Puerto Rico, iglesias fruto de la misión que vino desde el exterior y que llegarán a más plenitud cuanto más abiertas sean, y cuanto más salgan a otras fronteras, más allá del mar Caribe. Intercederá por un Laicado Misionero según el Amor de los Corazones de Cristo y María.
Cuando decimos que la Iglesia es santa, queremos hacer verdad que el laicado camina por la santidad. No expresamos palabras vacías. Suplicará, el P. Julio, que las vocaciones a la Congregación religiosa, MSSCC, se multipliquen, que el acompañamiento que empezaba en Santa Rosa se continúe con calidad, y que los hermanos que trabajan en la Pastoral Vocacional a la Vida Religiosa se sientan entusiasmados, en su labor multiplicadora de la Pastoral.
En la medida que haya vocaciones al ministerio y a la vida
religiosa, habrá laicado creyente. La Iglesia inicia con la Palabra y la
celebración del bautismo. No al revés.
Nos
obtendrá ser misioneros de horizontes evangélicos: «Id a todo el mundo…» Jesús
no envió a nadie para sola Galilea, o para Europa, América o África.
Esto
es para las sectas y para los religiosos de corralito. El P. Fundador pensó de
otra manera, y esto es lo que esperamos que nos obtenga este misionero
montecristeño.
Monestir
de La Real, 28 de julio de 2022, Fiesta de Santa Catalina Tomàs, la santa
mallorquina, experta en discernimiento. Josep Amengual i Batle, M. SS. CC.
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