José Ramón Gómez Cuevas.
Por Marcelo Peralta.
El quinto Mandamiento del
Catolicismo dice: No Matarás.
Pero se ha puesto de moda en
República Dominicana el arrancarle la vida a cualquier ciudadano para robarle
sus propiedades.
El vil, cobarde y atroz crimen
cometido contra el taxista de la empresa Uber, José Ramón Gómez Cuevas, de sólo
36 años de edad no debe jamás quedar sin castigo contra quienes lo fraguaron.
Con 36 años edad ya era
padre de tres hijos, con apenas 9 y 5 años y la tercera que sólo posee 3 meses
de nacida.
Aunque tenía edad esa, José
Ramón Gómez Cuevas era un muchacho humilde, honesto, trabajador, de familia,
buen padre, cariñoso, buen esposo y un ser humano excepcional.
Y es que este asesinato ha conmocionado
a toda la sociedad, toda vez que solo pasaba el tiempo con una sonrisa angelical
en sus labios.
Dentro de su corazón imperaba
la paz, armonía, lo sano de un ser humano sin malicia; contra a las lacras
sociales que les arrancaron la vida al degollarlo mientras hacía su labor de
taxista.
El homicidio en contra de
Gómez Cuevas debe llenarnos de reflexión a todos aquellos que tenemos dos dedos
de frente.
Su cadáver fue hallado horas después en medio de un
charco de sangre en la avenida Circuvalación Norte en las afueras de la ciudad
de Santiago, y las basuras humanas que lo mataron se robaron el carro y lo
abandonaron en Puerto Plata.
Ha de imponer en las filas
de los organismos de seguridad del Estado, que la sensatez prevalezca y que los
autores sean buscado hasta debajo de la Tierra, porque han destrozado no solo
la vida de Gómez Cuevas, sino la de toda la sociedad.
Justo sería que se aplique
en el país la Ley de Talión de que quien asesina a ciudadanos para robarle
debería pagársele con la misma moneda.
Una patrulla de caminos de
la Policía de la ciudad de Santiago fue la que halló el cuerpo sin vida de José
Ramón Gómez Cuevas, un joven valiosos y de cualidades innatas, contra a esas
basuras humanas que cometieron este asesinato.
La Policía debe hacer todos
los esfuerzos posibles por apresar a los
autores del crimen.
La familia de la víctima espera
y confía que las autoridades competentes hallarán a los criminales, que los
someterán a la Justicia y que los jueces los pudran en la cárcel.
Desperdicios así, no deben
andar libres e impunes en las calles de Dios, porque son un peligro para la sociedad.
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