Por Mariela López.
Santiago, R.D.- La pandemia del COVID-19 ha descubierto y mostrado su crudeza a la pobreza en que viven incontables familias y enseñado la brecha entre ricos y pobres.
Así lo expone el Papa
Francisco al efectuarse la IV Jornada Mundial de los Pobres que observa la realidad
de la pobreza, dejando atrás la indiferencia frente al dolor del prójimo que
clama por su dignidad.
Señala que es la hora de buscar soluciones al estado de postración en que viven miles de seres humanos en zonas vulnerables.
Lo define que eso lastima el alma observar las condiciones de casas en que viven familias, en donde el hacinamiento y la estrechez son su compañía.
Casuchas destartaladas cuyas
paredes y techos son de hojalatas y otros materiales encontrados en los
basureros.
En estas condiciones de vida es imposible que los niños y
niñas puedan crecer de una manera sana. El daño psicológico estará presente en
su diario vivir, y su estado de salud a nivel general será muy débil, haciendo
de ellos presas fáciles para contraer enfermedades.
El encuentro con una persona en condición de pobreza siempre
nos provoca e interroga. ¿Cómo podemos ayudar a eliminar, o al menos aliviar su
marginación o sufrimientos? Así nos dice el Papa.
Un paso para comenzar puede ser que el Estado impulse
políticas sociales, dejando atrás las dádivas y paliativos que en nada
contribuyen a liberar a los excluidos de las cadenas que por años les han
impuesto para mantenerlos esclavizados y así no sean sujetos de su propio
destino.
Sugerimos al Gobierno la implementación de un plan de construcción y reconstrucción de viviendas, destinadas a las familias que viven en situación de vulnerabilidad. Así comenzamos tendiendo la mano al pobre, como nos lo pide el papa Francisco, la sugerencia está contenida en la nota editorial del órgano informativo de la institución.
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