
En España, Don Julio cerró los ojos sin saber que tenía el
coronavirus. Era una España, la del 27 de febrero, que no se imaginaba lo que
se le vendría encima unas semanas después.
La larga estancia de Julio Lumbreras, de 65 años, en la
unidad de cuidados intensivos del hospital de Torrejón es la historia de cómo
la enfermedad avanzó por el país: del desconocimiento inicial, las
incertidumbres posteriores, los tratamientos experimentales, del drama de las
familias de los enfermos y de los rayos de esperanza, que también asoman en la
mayor crisis sanitaria en un siglo.
El 19 de febrero, cuando empezó a sentirse mal
con síntomas parecidos a los de una gripe no se le pasó por la cabeza que
pudiera tener la enfermedad.
Tampoco a su médica de cabecera, que tras
auscultarlo unos días después y notar problemas en la respiración, lo mandó al
hospital a que le hicieran una radiografía de los pulmones.
El diagnóstico: una fase inicial de neumonía.
Antibióticos, y para casa.
Cada vez se encontraba peor, mientras tomaba una
medicación que no servía de nada contra un virus. Dos días después, casi no se
tenía en pie, así que su familia decidió llevarlo al hospital. Había perdido
mucho oxígeno. Lo dejaron la noche del 26 de febrero en observación y a la
mañana siguiente decidieron intubarlo. Su vida corría grave peligro.
Según el Ministerio de Sanidad, los pacientes de
coronavirus suelen estar en cuidados intensivos entre 20 y 28 días de promedio.
“Es muy raro que alguien esté menos de 10”, añade Gabriel Heras, miembro del
equipo que atendió a Julio.
A pesar de todo, la familia Lumbreras se considera
afortunada. Heras es director del proyecto HU-CI de Humanización de los
cuidados intensivos y el hospital de Torrejón es uno de los pocos que permite a
los familiares visitar a los pacientes, así que Yolanda, la esposa de Julio, ha
estado todas las tardes junto a su marido desde que él ingresó.
“Si nos planteamos que los pacientes sufran y mueran
solos porque no tenemos un EPI [equipo de protección personal, tenemos que
reflexionar sobre la clase de sociedad que somos”, plantea este médico, que
reconoce que estuvo a punto de tirar la toalla después de un mes sin mejoría y
que llegó a plantear a la familia de Julio que muy probablemente no saldría de
esa.
“Si nos planteamos que los pacientes sufran y mueran solos porque no
tenemos un EPI, tenemos que reflexionar sobre la clase de sociedad que
somos"
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