RAFAEL PERALTA ROMERO
El lunes pasado, conocidos los resultados de las
elecciones municipales, caminé como cada mañana en el parque Mirador junto al
grupo habitual. Todos íbamos de buen ánimo y deseosos de comentar las noticias
del día anterior, cuando el PRM se alzó con un triunfo que aún tiene atónitos a
sus contrincantes.
Los más cuerderos de la tropa anhelaban ver a
Jefrin y se percibía la intención. Querían restregarle la vergonzosa derrota
sufrida el domingo 18 por las fuerzas opositoras. Intenté disuadirlos, pero
persistieron en su propósito. No es la más aconsejable forma de comportarse en
la victoria, les advertí.
La marcha proseguía en el Mirador, en dirección
oeste, y a cada grupo que saludábamos, mis amigos le preguntaban por Jefrin y
cada cual, sin disimular la risa burlesca, respondía: “No lo hemos visto, pero
lo estamos buscando”. Reían de sus propias respuestas porque era la risa el
arma que esgrimían para el más buscado.
Bernardo, el doctor Díaz Núñez, Juan Isidro,
Armando, Pichardo, Delquis, Brea o el ingeniero Solís, todos caminaron buscando
a Jefrin. No es que estuviera retenido en una barrera de coral, como Nemo, el
pececito de la película Buscando a Nemo. En tiempos de democracia se descarta
que Jefrin estuviera huyendo o escondido.
La marcha de los tertuliantes seguía y después de
recorrer dos kilómetros y medio, tocaba el retorno. Reían y hablaban en alta
voz y a cada rato preguntaba por Jefrin, pero nadie lo había visto. Jefrin
camina a diario con su grupo y agotada su meta, engancha con otro. Siempre
analiza y discute de política.
La política es su tema más frecuente. Este hombre,
menudo y empático, es el más ferviente simpatizante que debe tener Leonel
Fernández, expresidente de la República, cuyo partido resultara muy
desfavorecido en los pasados comicios. Pocos dominicanos creen tanto como
Jefrin en ese dirigente.
En mi grupo, presumimos que el lunes Jefrin
amaneció con un fatídico dolor de cabeza, tan intenso que le cubrió el alma.
Creo que alma escindida era el malestar que lo afectada. No podía presentarse
en público en tal condición. Sin entusiasmo y buen semblante, Jefrin no es el
mismo. En silencio, Jefrin no es él.
El martes, mis compañeros de caminata, que
disfrutan dar cuerda, al encontrarse con Jefrin asumieron la más fina actitud,
propia de caballeros, lo saludaron con respeto y recibieron sus felicitaciones.
No se presentó como un vencido, sino más analítico. Distribuyó la derrota entre
los actores envueltos en la competencia electoral. A cada uno lo suyo.
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