Por Néstor Estévez.
¿Qué se siente tener los días contados?
Una respuesta inteligente sería: depende. Y
ese “depende” ha de tener conexión directa, o posiblemente indirecta, con la
certeza de lo que habrá de venir. De ser bueno, se celebra; de ser malo, nos
invaden sentimientos como tristeza e impotencia, y de ser dudoso, nos agobia el
desconcierto.
Ese tema ha sido ocupación de la humanidad por
mucho tiempo. Así es como se ha abierto oportunidad para “leer la taza”, “leer
la palma de las manos”, “leer las barajas” y no han faltado medios como la bola
de cristal.
Desde el ámbito intelectual, el tema es
remitido a corrientes como el determinismo, teoría filosófica según la cual
todas las acciones humanas, así como los aparentes hechos fortuitos están
condicionados antes de que estos sean ejecutados. Es así como surge el “si está
para ti, aunque te quites; si no está para ti, aunque te pongas”.
Pero también encontramos el indeterminismo,
como doctrina según la cual el curso natural de las cosas no está sometido a
ninguna ley, a ninguna causalidad. Es así como surge lo que conocemos como
libre albedrío, en alusión a que las actuaciones humanas no dependen de nada.
Estas dos corrientes son superadas con lo que
nace a mediados del siglo pasado, con el intelectual francés Edgar Morin a la
cabeza. Lo que se conoce como paradigma de la complejidad nos invita a una
nueva visión de la ciencia, la investigación científica y el conocimiento en
general.
Es así como se nos ha invitado a la conjunción
y organización del conocimiento mediante la relación entre las ciencias,
tradicionalmente separadas. Estamos invitados a usar dos herramientas para
abordar la complejidad organizada: el pensamiento complejo y las ciencias de la
complejidad.
Mucho tiempo antes, el saber popular había
resumido en expresiones como “espera lo mejor y prepárate para lo peor”.
También desde hace mucho se ha usado la capacidad humana de la abstracción para
buscar explicación a muchos fenómenos. Así, por ejemplo, atribuir
características y capacidades humanas a los animales, las plantas y hasta a
objetos inanimados ha ayudado a entender ciertos conceptos y procesos.
Quizás resulte de ayuda para entenderlo, a
propósito de que este año “tiene los días contados”, estas letras reiteradas
cada fin de año, del merengue Viejo año, popularizado por Julio César Mateo,
Rasputín: “¿Qué te pasa, viejo año? ¿Qué te pasa? / Que ya tienes tu maleta
preparada / Dime si es que te han botado de la casa / Porque estas viejo por
que no sirves pa' nada”.
Mucho habremos bailado, o por lo menos
escuchado, ese merengue. Pero algunas (otras) preguntas podrían servir de gran
ayuda cuando otro año “tiene los días contados”. ¿Qué harías si, como el año,
tú tuvieses los días contados? ¿Realmente “botamos” el año viejo? ¿De verdad el
viejo se lleva lo malo y el nuevo trae lo bueno? ¿O pesa más nuestra actitud
para lograr ese resultado?
Ante los cambios y la gran incertidumbre que
caracteriza a este tiempo, la invitación de Morin a superar determinismo e
indeterminismo resulta más que oportuna para mantener el equilibrio y lograr el
avance.
El propio intelectual lo cuenta con su
historia de vida, al expresar “el ginecólogo me abofeteó durante media hora
para arrancarme el primer llanto”, en alusión a la incidencia de la otredad
desde el mismo momento de su nacimiento. Así respondió durante una entrevista
realizada por el diario Le Monde el pasado año, en alusión a la pregunta de
¿Cómo explica que a sus 98 años mantenga esa fuerza vital?
Así nos invita Morin a valorar la ayuda de los
otros. Nos invita a alimentar la conciencia de la colectividad para realmente
avanzar en la construcción de una mejor humanidad, como solemos decir y
escuchar en los mensajes de estos días. Nos invita porque también, como
cualquier año, aunque aparentemos no saberlo, y tampoco contemos con precisión
al respecto, tenemos los días contados.
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