- Carolina Pichardo. BBC
Sosúa, R.D.- Herederos de judíos
que viven en Sosúa, Puerto Plata, huyendo en las atrocidades de Adolfo Hiter antes,
en medio y después de la Segunda Guerra Mundial, agradecen la hospitalidad de dominicanos.
Quienes vinieron niños,
procrearon familias, relatan después de trabajar en las parcelas, se reunían en
el único restaurante del pueblo, donde no había carreteras, energía eléctrica
ni agua potable por tubería.
"Nosotros como niños
éramos libres, no había peligro de nada", relata Joachim Benjamin, que en Sosúa los
adultos pasaban todo el día trabajando la tierra y en su tiempo libre, se
reunían a comer pastel, iban a las hermosas playas del Atlántico.
Hasta el año 1940 ni él ni
sus vecinos, todos judíos europeos, habían oído hablar de aquel
municipio del norte de República Dominicana que acababa de volverse su nuevo
hogar.
Llegaron allí como
refugiados, con la Segunda Guerra Mundial ya comenzada, huyendo de la
persecución del gobierno nazi.
Y empezaron su nueva vida en una
comunidad abandonada en lo que había sido una próspera plantación de bananos
que tuvieron que levantar con sus propias manos.
El plan de Trujillo.
Ese destino se decidió dos
años antes y a miles de kilómetros, en Évian-les-Bains.
En aquella ciudad balneario
francesa se reunieron del 6 al 15 de julio de 1938, convocados por el
entonces presidente de Estados Unidos Franklin Roosevelt, delegaciones de 32
países y representantes de una serie de organizaciones privadas.
El objetivo de la Conferencia de Evian, tal como se le llamaría a la cumbre, era abordar el tema de los refugiados judíos que huían del nazismo.
Con la llegada al poder del
Hitler en Alemania comenzó la persecución de judíos.
Y el jefe militar
dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina se destacó como el único líder
mundial dispuesto a darles asilo.
Lo que parecía un gesto
humanitario, sin embargo, escondía otras motivaciones, coinciden los
historiadores.
Trujillo había mandado a
matar a decenas de miles de haitianos durante un conflicto de seis días en
octubre de 1937, lo que se conoció como la "Masacre del Perejil" o
"El Corte", mientras que los haitianos la recuerdan como Kout
Kout-a ("el apuñalamiento").
Independientemente del
nombre, fue un experimento del mismo tipo de limpieza étnica que estaba
ocurriendo en Europa, y Trujillo necesitaba una buena estrategia de
relaciones públicas.
A ello apunta Allen Wells en
su libro "Sion Tropical: el general Trujillo, Franklin Roosevelt y los
judíos de Sosúa", publicado en 2014 por la Academia Dominicana de la
Historia.
Además, Trujillo, obsesionado
con la blancura, vio el éxodo de los judíos de Europa del Este, en los tiempos
del ascenso de Adolf Hitler al poder y el cierre de fronteras, como una oportunidad
para promover su agenda racial: los judíos europeos podrían procrearse con las
mujeres dominicanas, quienes darían a luz a bebés de piel más clara.
Un intento de Trujillo de demostrarle a Estados Unidos que él era un aliado incondicional.
Rafael Leónidas Trujillo Molina estaba obsesionado con la blancura.
"Y tal actitud de
colaboración con los Estados Unidos, cuando muchos países simplemente eludieron
comprometerse aceptando migrantes judíos en sus respectivos territorios, le
garantizaba —al menos él y sus asesores estaban convencidos de ello— un mayor
apoyo económico, militar y político por parte de los estadounidenses",
añade Balcácer.
En una carta de septiembre de
1942, el "generalísimo" escribió que sus lazos de amistad con Estados
Unidos eran entonces más sólidos que al inicio de su gobierno en 1930. "Y
han sido más fructíferos desde que me relaciono con su excelencia el presidente
Franklin D. Roosevelt y el secretario de Estado Cordel Hull".
El presidente Trujillo
se comprometió a acoger a 100 mil judíos, tal como señala el historiador
Herbert Stern en su libro de este año "Hechos y documentos sobre la
presencia judía en República Dominicana".
Comunidad agraria
No fue hasta 1940, con la
Segunda Guerra Mundial ya en marcha, que el gobierno dominicano firmó el
acuerdo con la Asociación de Asentamientos de República Dominicana (DORSA, por
sus siglas en inglés), un programa del Comité Judío Americano de Distribución
Conjunta.
Y el 10 de mayo llegó el primer barco.
Una pareja de refugiados judíos en Sosúa.
Los 47 refugiados que
desembarcaron fueron recibidos por representantes de la DORSA en Ciudad
Trujillo, actual Santo Domingo, y llevados a su nuevo destino: Sosúa.
Desde principios del siglo XX
hasta 1916 la United Fruit Company había tenido allí una plantación de plátano,
que prosperó e hizo florecer a la región. Pero la caída de las exportaciones
trajo el cierre de las operaciones babaneras. Y atrás quedaron, no solo los
campos, unas 20 casas y varios barrancones al igual que instalaciones de un
pequeño hotel.
Aquella propiedad de unos 105
kilómetros cuadrados la compró Trujillo en 1938 y se la donó a la DORSA, para
que los judíos pudieran asentarse allí y la convirtieran en un boyante rancho
ganadero y una vibrante comunidad.
De ella formó parte Herta
Wellisch, hija de un matrimonio de origen checoslovaco que vivía en Austria.
Llegó el 29 de septiembre de
1940, junto a otras 20 jóvenes de entre 16 y 19 años, procedente de Inglaterra,
donde se había refugiado tras el estallido de la guerra. En Londres, buscando
trabajo en agencias judías, le contaron de la posibilidad de irse a República
Dominicana.
"Yo no sabía
absolutamente nada sobre este país, pero firmé de inmediato", le contó a
su nieta, Juli Wellisch, quien luego incluiría el relato en su libro de 2016
"Sosúa: páginas contra el olvido".
Tenía 18 años cuando llegó,
tras haber hecho escala en Glasgow, Escocia, y en Nueva York.
Un año después arribaron sus padres, Emil y Selma Wellisch, y su hermano Kurt. "Cuando por fin pudimos abrazar a nuestras familias, todos llorábamos pues pensábamos que ese día no iba a llegar nunca".
Los hermanos Kurt y Herta
Wellisch a inicios de la década de 1940 en Sosúa.
Como el objetivo era
convertir aquella propiedad de Sosúa en un próspero rancho, muchos de los
refugiados tuvieron que dejar atrás sus oficios y aprender de agricultura. Fue
el caso de Emil Wellisch, quien había sido contable de la empresa de
ferrocarriles de Viena.
Los colonos fueron instruidos
por expertos en el cultivo de frutos subtropicales y recibieron 33
hectáreas de terreno y al menos 10 vacas. Una más si tenían esposa, y
dos extra por cada hijo.
Además, la DORSA les prestaba 10
mil dólares que, una vez empezaban a cobrar por su trabajo como
agricultores y ganaderos, debían devolver.
A pesar del acceso a los
recursos, para muchos vivir en lo que parecía un paraíso caribeño no fue fácil.
El español, un idioma que no
dominaban, fue el reto inicial. Luego empezaron a llegar las enfermedades.
A inicios de 1940 hubo un
brote de malaria en la costa norte de República Dominicana que afectó de
inmediato a los refugiados, por lo que la DORSA construyó un hospital a las
afueras de Sosúa para tratar a los enfermos.
La falta de tuberías y la
inexistencia de electricidad tampoco facilitó las cosas, pues los nuevos
habitantes tenían que cargar cubos de agua, cocinar con leña y limpiar
precariamente.
Pero fueron haciendo mejoras poco a poco y al tiempo ya habían vuelto el asentamiento un lugar más agradable, con la apertura de una pequeña biblioteca, un comedor y una sinagoga en la que reunirse.
De Shanghái a Sosúa.
Joachim Benjamin, quien ahora
tiene 80 años, recuerda para BBC Mundo sus primeros días en el Caribe.
Mi padre, Erich Benjamin,
estaba en el campo de concentración de Buchenwald, en Alemania. Pero mi mamá,
Erna Geppert, pudo conseguir documentos y ambos se mudaron a Shanghái en 1939.
Erich Benjamin, en 1939, al salir del campo de concentración de Buchenwald, en Alemania.
Yo nací en Shanghái en 1941 y
mi hermana, Jeanette, un año después.
Cuando terminó
la Segunda Guerra Mundial, mi padre, quien era ebanista, vio en un
periódico que República Dominicana estaba buscando a judíos para darles
refugio.
Él dijo que no sabía para
dónde iba, pero aseguró "para allá voy".
Yo estaba muy pequeño y casi
no recuerdo bien, pero fue un viaje largo: de dos meses.
Nos pasó a buscar un barco
militar estadounidense que llevaba pasajeros desde Shanghái hasta San Francisco
(Estados Unidos), un viaje que tomó 10 días.
Desde San
Francisco fuimos en tren a Miami y tardamos una semana. Y de
allí volamos a Ciudad Trujillo, como se llamaba entonces la capital
dominicana.
Al vuelo de cuatro
horas le siguieron ocho por carretera hasta Sosúa.
Llegamos al país en marzo de
1947.
Para ese tiempo la
colonia judía ya estaba establecida y aunque en un principio quisimos
hacer negocios, mi papá se dedicó a la ganadería, a la producción de leche y
carne.
Vivimos primero en una
comunidad un poco alejada del centro, a unos 9 kilómetros del batey —como
se conocía al conjunto de edificaciones que dejó la United Fruit Company—. Pero
dos años después nos mudamos más cerca.
A mi papá le entregaron una
finca con 10 vacas, y aunque no había trabajado en una, se
hizo finquero. No tenía título universitario, pero como a él le gustaba
leer aprendió todo sobre fincas.
Mi
padre también aprendió español, no perfecto, pero se manejaba bien.
También sabía inglés, porque llegó a trabajar para Inglaterra.
Para mi mamá la adaptación
fue más difícil. No consiguió dominar el español a pesar de vivir allá por 40
años.
También es posible que
la guerra la hubiera dejado traumatizada, pero la verdad es quenunca
se adaptó al ambiente.
Mi juventud fue maravillosa,
porque no había ningún peligro. Sosúa era un pueblo aislado y nosotros,
como niños, éramos totalmente libres.
Íbamos a la escuela de 8:00
de la mañana hasta el mediodía y el resto del tiempo era de nosotros
y nadie se preocupaba porque no había ningún riesgo.
Aunque Trujillo se
comprometió a dar asilo a 100 mil judíos europeos, por problemas para su
traslado, las tensiones políticas y cierta incertidumbre acerca de su
ubicación terminaron asentándose 757.
A pesar de las adversidades, los colonos de Sosúa eran felices.
"Solo la desventurada
circunstancia de que no existan medios de transporte no ha permitido que esta
cifra haya sido cubierta hasta ahora", se justificó el mandatario militar
en una carta en 1942.
Con el fin de la Segunda
Guerra Mundial en 1945 muchos judíos buscaron oportunidades en Estados Unidos,
también algunos de Sosúa, especialmente aquellos que querían estudiar.
Fue el caso de Herta y, por
un tiempo, el de Joachim.
Para 1947 en Sosúa solo
quedaban 386 refugiados. Y cuando murió Trujillo, en 1961, había 155.
38 años después de haberse
establecido el asentamiento había más enterrados en el cementerio judío que
sobrevivientes.
De acuerdo con los reportes
de la época, eran en total 23 familias.
Pero seguía siendo una
comunidad muy unida y conformaron una cooperativa.
La comunidad judía en
República Dominicana hoy
Con el pasar de las décadas
la industria hotelera de Sosúa se desarrolló y, poco a poco, se fueron
perdiendo las costumbres judías.
Sosúa, de 276 kilómetros
cuadrados, es uno de los ocho municipios de la provincia Puerto Plata, en el
norte de República Dominicana.
Allí siguen de pie hoy, más
de 80 años después de la llegada de los primeros refugiados, algunas de las
empresas lácteas y cárnicas que estos fundaron.
El incremento del turismo en
la zona y el mestizaje han hecho que, con los años, hayan ido desapareciendo
las costumbres judías que estuvieron en su día muy arraigadas.
Gracias a su abuela, Juli
Wellisch aprendió alemán y sabe más del judaísmo que del catolicismo, religión
mayoritaria en el país caribeño.
"Aunque los ortodoxos no
me consideran judía", dice Juli, haciendo referencia al mestizaje de sus
padres.
Los padres de Juli Wellisch, Kurt Wellisch y Tatica Miller de Wellisch.
La única sinagoga del pueblo
no ofrece servicios regulares por la falta de un rabino.
Siguen celebrando
festividades judías, como el Día de la Expiación, la Fiesta de las Luces y Año
Nuevo judío.
La pequeña escuela donde
estudiaron cientos de niños, incluida también Juli, sigue funcionando bajo el
nombre de Luis Hess, en honor a un maestro que trabajó en ese centro durante 34
años.
Existe un museo
que alberga fotografías y artículos sobre la comunidad judía de
Sosúa, pero, en la actualidad está cerrado.
"En 75 años nunca
experimenté antisemitismo. Los dominicanos no son prejuiciados contra judíos.
Muy al contrario, siempre fuimos tratados bien", comenta Joachim.
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