Louis Daguerre primer humano fotografiado de la historia.
Un hombre, lustrabotas, instante inmortal, desconocido que se convirtió en el primer humano fotografiado de la historia
Vivió siempre en el bullicio del Boulevard du Temple en que rara vez concedía tregua, de carrozas, vendedores, público de teatro, truhanes desfilaban, sin pausa por esa arteria, donde las noches de París se teñían de ficción y de sangre en decenas de escenarios.
Una invención que traduce la vida cotidiana.
Nadie, salvo el propio Daguerre, imaginó ese día la trascendencia de la fotografía tomada desde la ventana parisina.
Uno de los atributos del daguerrotipo era invertir las imágenes como un espejo, de modo que lo que Daguerre vio a su izquierda, observamos ahora a la derecha en la imagen definitiva, explicaron los técnicos a Artnet News.
Lo trivial ha sido un zapato polvoriento, pausa, caja de herramientas que se elevó al rango de mito fundador, la ciudad que eligiera a su primer retratado mediante el azar del respiro rutinario.
En la silente superficie plateada, el anonimato se volvió gloria involuntaria, imagen que encierra la paradoja del arte, hacer perenne aquello que nunca pretendió ser memorable.
Una mañana del año 1838, el azar, ciencia, con quietud se convirtió en un gesto trivial, acontecimiento para la posteridad.
Era un hombre anónimo se convirtió en el primer ser humano fotografiado de la historia mientras se hacía lustrar zapatos en una esquina corriente de París en Francia.
Hubo la primera fotografía con presencia humana que mostró cómo un acto común, captado por azar, inauguró la manera de mirar y registrar la realidad del dominio público.
En lo alto de un edificio cercano, Louis Daguerre instaló la caja oscura de su invención.
La placa de plata pulida en ese espejo de metal bruñido recién patentado como el daguerrotipo que esperaba en silencio.
Durante alrededor de siete minutos, el lente observó la avenida de los caballos, rostros, pasos de todos escurridizos como espectros ante la mirada imperturbable de la química y la física.
La escena resultante podría engañar a quien no supiera la historia.
El boulevard, siempre agitado, parece misteriosamente vacío, apenas roto en la esquina inferior izquierda por la figura estática de un hombre y su lustrabotas.
Esos largos instantes, en lo que todo se movía desapareció de la imagen, como si la ciudad hubiese quedado deshabitada, reseñó un cronista parisino.
Solo inmóviles desafiaban el tiempo, que era el cliente, lustra, algún niño asomado a una ventana, trazo borroso de un perro al fondo.
Ese hombre cuya identidad nunca figuró en los registros, porque fue el único quieto en un mundo hecho de movimiento, respondería la voz de una ciencia recién nacida.
El ingenio de Daguerre permitió transformar gestos habituales en recuerdos permanentes y abrió camino a la fotografía moderna.
La paradoja del daguerrotipo
La fotografía, que en ese día selló su primera huella humana, nació del límite técnico transformado en milagro visual.
El daguerrotipo exigía paciencia durante siete minutos de exposición para que la luz dibujara la escena sobre la placa bañada en vapores de mercurio y del yodo.
Nada de la multitud persistía lo suficiente, excepto quienes, por azar, rutina, hallaban motivos para detenerse, brillar zapatos polvorientos, cuyos brillos urgentes reclamaban la atención.
Louis Daguerre no llegó solo a ese hito, porque años antes, la perseverancia de Joseph Nicéphore Niépce había gestado los primeros experimentos con la heliógrafa y el betún de Judea, imágenes primitivas que precisaban horas de exposición.
La alianza de ambos franceses dio forma a una vocación: fijar la fugacidad del mundo cotidiano, transformar lo efímero en eterno.
De la colaboración y la competencia brotaron avances asombrosos.
Mientras que los primeros procesos requerían una jornada entera de espera bajo el sol, Daguerre logró reducir el tiempo a 15 minutos a menos de siete, destacan documentos de la época.
En 1839, Francia compró la patente y ofreció el proceso como regalo a la humanidad como fue por primera vez, ver el pasado se volvió posible.
La tecnología que debía reproducir la vida hizo protagonistas a los habitantes más estáticos, otorgando fama a quienes solo se detuvieron por un instante.
El daguerrotipo y los fantasmas urbanos
El Boulevard du Temple, apodado “del Crimen” por las representaciones melodramáticas de sus teatros, se convirtió en un escenario donde la tecnología hizo visible lo invisible.
El daguerrotipo no sólo invertía las escenas como un espejo, alterando la orientación de las avenidas, las casas que permitía atisbar los fenómenos ocultos del tránsito y la costumbre.
Había centenares de peatones y carruajes sobre el bulevar, pero la mayoría desapareció al no permanecer inmóvil suficiente tiempo, detalla el sitio Un jour de plus à Paris.
El análisis de la imagen, realizado mucho después por portales como Mashable y Retronaut, desentierra más sombras y presencias: la silueta de un niño en una ventana, el contorno nervioso de un perro, dos mujeres difusas junto a un carrito.
Presencias apenas esbozadas conservan una dignidad fantasmal, habitantes de un París anterior al bullicio mediático, encapsulados en una paleta de luces y vapores de plata.
}La imagen se presenta respetando la perspectiva original: aunque el daguerrotipo invierte la escena, aquí vemos al lustrabotas a la izquierda, tal como Daguerre lo contempló desde su ventana; en la versión habitual, el personaje aparece a la derecha.
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