POR: NÉSTOR ESTÉVEZ – Periodista. Reside en Santo Domingo.
Acaba de cumplirse el 158 aniversario de una de las
epopeyas más emblemáticas de la historia dominicana: El Grito de
Capotillo.
La situación climática provocó que este Día de
la Restauración concentráramos nuestra atención en actividades
preventivas y de emergencia. Incluso, el propio Presidente Abinader, quien
había anunciado una disertación para el 16 de agosto, decidió escoger otra
fecha para hablar al país.
El “fechismo”, con las clásicas alusiones a la
efeméride por diversas vías, destacando ciertas fechas y ciertos “prohombres”,
volvió a recordar que había llegado otro 16 de agosto.
A la sociedad dominicana se le haría un enorme favor
si se le ayuda a entender que, como otras gestas, la Restauración implicó un
proceso integrador, participativo y heroico. Si el propósito es ver la historia
a modo de “postalita envejecida”, entonces es válido que nos
limitemos a la simple recordación una vez cada año. Pero si se pretende que la
historia nos ayude a entender lo que hoy ocurre y a definir lo que necesitamos
hacer para construir un mejor mañana, entonces conviene hacer visibles los
hilos conductores de cada proceso.
De la Restauración suele referirse tanto el 18
de marzo de 1861, fecha de la anexión, como el 16 de agosto de 1863,
fecha del Grito de Capotillo, y otros refieren el 10 de julio de 1865,
fecha en que España y República Dominicana declararon el fin de la
guerra. Como se puede apreciar, se trata de un proceso que tomó más de
cincuenta meses. ¿Qué ocurrió en todo ese tiempo? ¿Quiénes tuvieron incidencia?
¿Qué rol jugó cada líder?
Como vivimos una etapa en la que se acostumbra a
“fabricar”, a modo de ídolos, “líderes” al vapor, lo más recomendable es
procurar y hasta contrastar fuentes que nos ayuden a entender la dimensión, la
importancia y las lecciones de esta gesta para seguir edificando la patria.
A modo de aporte, aquí incluyo un brevísimo resumen de
lo conversado con un querido amigo, incansable investigador y muy activo gestor
cultural, Papo Fernández, autor de la obra “General Santiago
Rodríguez: Padre de la Restauración de la Independencia Dominicana”.
Conviene saber que, consumada la anexión por parte de
Pedro Santana, diversas manifestaciones de protesta comenzaron a realizarse en
varios puntos del país. Entre ellas sobresalen las de Neyba, Moca, San
Francisco de Macorís, Santiago, Guayubín y Sabaneta.
Ninguna de esas manifestaciones logró devolver la
independencia. Pero Santiago Rodríguez, veterano luchador independentista,
ante el revés frente a los españoles, convocó a una convención a la orilla del
río Los Almácigos, el 6 de marzo de 1863. Ahí es donde Santiago Rodríguez
plantea la estrategia que finalmente logró recuperar la Independencia
Dominicana: “Una derrota, a hombres como nosotros, no nos arredra. Yo
propongo ir a Haití, fortalecernos y regresar para terminar con esta afrenta de
la anexión”.
Prepararse les tomó cinco meses. Así fue como, desde
Haití, Santiago Rodríguez, a la cabeza de un grupo de catorce hombres, escogió
a Capotillo (cerro con forma de capote pequeño) para izar la bandera dominicana
y lanzar la embestida final contra el ejército imperial.
Ahí fueron esperados por unos setenta hombres. Un
grupo, con Pedro A. Pimentel y Benito Monción a la cabeza, partió hacia
Guayacanes, en donde derrotó al brigadier Buceta, y otro, liderado por el propio
Santiago Rodríguez, hizo huir a Hungría desde Sabaneta hasta Santiago.
El 19 de agosto, Gaspar Polanco, viejo compañero
de lucha de Santiago Rodríguez en la Batalla de Sabana Larga, quien
había estado del lado español luego de la anexión, decide unirse a la causa
restauradora. No solo fue admitido sino además nombrado como Comandante del
Ejército Restaurador.
Así es como el 6 de septiembre, en Santiago, bajo las
órdenes de Polanco, destaca por su bravura y destreza en el combate un joven
que, en noviembre de 1862, había sido recibido por Santiago Rodríguez
en su residencia, al ladito del río Yaguajay, por intermedio del Padre
Pineda. Aunque ese joven se presentó inicialmente como el doctor Eugenio, se
trataba de Gregorio Luperón, con 24 años, quien, regresando de su autoexilio,
quería integrarse al movimiento restaurador, y fue
admitido y enviado por el líder a realizar trabajos en el Cibao.
Luego de la determinante batalla del 6 de septiembre,
Santiago Rodríguez recibe una comisión que lo invita a prepararse para que tome
posesión como presidente del nuevo gobierno, a lo que el doble prócer, en un
gesto que evidencia su idea sobre el relevo generacional, responde: “Yo solo
quería que mi bandera volviera a ondear, y ahí está”.
Santiago Rodríguez fue exaltado por Bosch en el primer centenario de la
Restauración, referido por Abinader en su discurso de toma de
posesión, ponderado por Papo Fernández en el libro ya citado,
y admirado por un humilde servidor que se empeña en demostrar que el
general sí tiene quien le escriba.
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