POR: NÉSTOR ESTÉVEZ – Periodista. Reside en Santo Domingo.
La respuesta parece
sumamente fácil. Pero ¿demuestran lo mismo nuestras acciones cotidianas?
Como ocurre con casi
todo, cuando lo perdemos o estamos a punto de perderlo, solemos caer en la
cuenta de cuán importante es. Con la comunicación ocurre igual.
Cuando perdemos una
oportunidad, por no habernos manifestado oportunamente, solemos valorar la
importancia de la comunicación. Cuando los hilos de la geopolítica mundial no
logran moverse de manera adecuada, y las tensiones hacen sonar tambores de
guerra, solemos reparar en que algo ha fallado al usar la comunicación.
Desde la más
encumbrada empresa hasta el más humilde grupo humano, desde una organización
internacional hasta una relación de pareja, tenemos en la comunicación esa vía
para lograr el entendimiento que facilita avanzar hacia el logro de nuestros
propósitos.
Aunque mucha gente
sigue pensando que comunicar es muy parecido a disparar al blanco o simplemente
es lo mismo que “hacer saber”, lo real es que se trata de eso que nos ayuda a
mantenernos humanos, entendernos y lograr objetivos. Lo real es que se trata de
acciones puestas en común para lograr algún propósito.
Para que logremos
comunicarnos, el idioma resulta una herramienta fundamental. Esa herramienta
cuenta con la norma y el uso como las vertientes que se encargan de mantenerla
viva, en evolución y sin desvirtuarse.
En el caso de nuestro
idioma, la Real Academia Española, RAE, se encarga de “escuchar” el uso y
dictar las normas. La RAE, además de recordar que procede de la expresión
latina “communicāre”, indica varias acepciones para el término “comunicar”.
Una primera está
referida a “hacer a una persona partícipe de lo que se tiene”. Otra indica que
significa “descubrir, manifestar o hacer saber a alguien algo”. Una tercera
relaciona el término con “conversar, tratar con alguien de palabra o por
escrito”. Una cuarta acepción refiere que se trata de “transmitir señales
mediante un código común al emisor y al receptor”. Y entre otras diversas
acepciones se puede encontrar una que, aunque tipificada como “en desuso”,
equipara “comunicar” con “comulgar”.
Pero también
encontramos a estudiosos como el comunicólogo cubano Francisco Garzón Céspedes,
quien considera que “sin comunicación no hay ser humano”, o como el
investigador estadounidense John Dewey, para quien “la sociedad no solo existe
por la comunicación, sino que existe en ella”. Para decirlo en pocas palabras:
“la comunicación es soporte de la sociedad”.
Dewey refiere una
relación dinámica en la que, entre comunicación y sociedad, incide la una en la
otra para bien o para mal. Esa relación es la que abre oportunidades para que
se dé mal uso a la comunicación, con el correspondiente daño a la sociedad.
Pero también abre las puertas para que quienes formamos la sociedad entendamos
que en nuestras manos está la responsabilidad de tomar las decisiones sobre lo
que haya de ocurrir: mantener y mejorar la sociedad o “tirarla por la borda”.
Las investigaciones
divulgadas hasta el momento dejan clara constancia de que no ha existido el ser
humano pre social. Solo a partir del desarrollo de la sociabilidad se ha
logrado desarrollar esa facultad de expresarnos y entendernos hasta dar forma a
lo que conocemos como sociedad.
Es así como quizás
simples gruñidos, que luego encontraron soporte en el arte rupestre, pudieron
ser los primeros pasos que nos encaminaran a lo que mucho tiempo después se ha
logrado expresar como ideas y acciones puestas en común.
Contar con la
escritura, a modo de complejo sistema de signos de los muchos que la sociedad
necesita para reproducirse, es solo una mínima parte de los recursos que la
humanidad usa para comunicarse. Sencillamente, toda acción humana sirve para
comunicar.
Por eso la
comunicación y la sociedad han cambiado tanto. El investigador estadounidense
Alvin Toffler, en su obra “Future shock”, anunciaba la “infoxicación”, en
alusión a esa saturación de mensajes y a la imposibilidad de centrarse en una
información concreta, o de profundizar en ciertos datos debido al continuo
bombardeo que existe en los medios.
Unos años después, en
su obra La tercera ola, Toffler retomó el tema. Esa vez describió esta etapa en
la que cualquiera dice, le creen y mucha gente hasta llega a seguirle
ciegamente, aunque vaya al despeñadero.
En nuestras manos está
la oportunidad para escoger: la comunicación, perversa o inocentemente usada,
sirve para dañar; la comunicación, atinada y cuidadosamente usada, sirve para
que nos mantengamos como seres humanos y en sociedad.
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