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» Cuba: La batalla silenciosa
Por MSc. Eugenio Pérez Almarales, director del periódico La Demajagua; periodista de Radio Progreso, de La Habana; profesor universitario.
No se escuchan disparos, no vuelan drones explosivos, no se aprecia desplazamiento de tropas, ni hay reportes de muertos o heridos; los edificios permanecen incólumes, pero la guerra comenzó desde hace mucho.
El intercambio de fuego ocurre en la tranquilidad del hogar o de la oficina, en la intimidad del teléfono móvil entre las manos de nuestros niños y jóvenes, que disfrutan de juegos, música, animados, modas…, sin percatarse de que los empujan a la violencia, al consumo, al desánimo, a asumir prácticas y posturas culturales ajenas.
Léster Mallory, aquel subsecretario de Estado, de EE.UU. que, en abril de 1960, afirmó que la única manera de derrocar a la Revolución cubana era creando penurias al pueblo, para que este culpara de todos sus males al Gobierno, sigue haciendo daño, a pesar de su deceso, en 1994.
El alto nivel de instrucción de los cubanos, no funciona siempre como escudo ante manipulaciones, falsedades –totales o medias- y los habituales esfuerzos de los enemigos asalariados de nuestro pueblo por satanizar a los dirigentes de la Mayor de las Antillas, a quienes de verdad hacen por el bien de Cuba.
Nauseabundos personajes de Youtube (¡irracionalmente!) tienen cierto público entre nuestra gente, esos que decidieron no pensar, no analizar, no razonar.
La subversión político-ideológica, estimulada desde los Estados Unidos, atenta, no solo contra la Revolución como proyecto político y socio-económico, sino, también, contra la estabilidad de la nación y contra la esencia de nuestra identidad cultural.
Ante esta realidad, los principales aliados del pueblo en la lucha por la supervivencia de la Patria, son la verdad, la firmeza de principios y la valentía para defenderla en cualquier parte, en cualquier circunstancia.
En este contexto, la prensa desempeña un papel crucial, convencida, como José Martí, de que “manda el que dice a tiempo la verdad. La verdad bien dicha, dicha a tiempo, disipa, como si fuese humo, a sus enemigos”.
Es preciso decir primero y decir bien; si antes se conoce una mal llamada falsa noticia, será más difícil pelear a la riposta.
El primer deber de la prensa revolucionaria es exponer la “realidad” y contribuir a interpretarla; intentar difundir una “real” que no existe, sería un suicidio, pues acabaría con el prestigio de los llamados medios de comunicación y con el de sus fuentes.
No olvidemos que, no obstante el auge de las redes sociales, los medios tradicionales de prensa siguen siendo un baluarte, por su autoridad y por su credibilidad.
Sin embargo, mantener esa confianza no es solo responsabilidad de los periodistas, requiere que todas las instituciones cumplan sus obligaciones, refrendadas en la Ley de Comunicación Social. No es un favor informar al pueblo.
Las organizaciones de todo tipo deben tener presente que la lucha ideológica tiene entre sus pilares principales ofrecer información veraz y oportuna; que no está entre sus prerrogativas ocultarla o retrasarla.
Es preciso promover en las organizaciones el análisis de críticas, alertas y experiencias difundidas por nuestros medios.
Las redes sociales, lejos de sustituir a la prensa revolucionaria, deben ser un complemento para amplificarla.
Pero no solo eso, la batalla por la verdad, contra la subversión, debe librarse tanto en el ciberespacio como en las calles, en las esquinas, en las colas; dondequiera que haya un desinformado, un malintencionado o un traidor.
La guerra comenzó desde hace mucho, y aprendimos, fuera de la academia, que donde se cae el mulo, se le dan los palos.
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