Por Osiris de León
Desde
el mismo momento en que la corteza exterior del planeta Tierra comenzó
a enfriarse y a solidificarse para formar una envoltura de rocas ígneas, hace
poco más de 4,500 millones de años, comenzó el proceso de expansión molecular
diurna por el calor de la radiación solar, y el proceso de contracción nocturna
por el frío local, procesos que combinados durante miles de años meteorizaron y
degradaron las moléculas constituyentes de los minerales silicáticos que
formaban esas rocas ígneas primarias, y a partir de ahí, como degradación de
las rocas primarias, se formaron los suelos arenosos, limosos y arcillosos que
ya ocupaban grandes extensiones territoriales de nuestro planeta cuando los
primeros seres humanos comenzaron a poblar algunas extensiones del continente
africano.
Para
la geología está más que claro que los suelos de hoy no son fruto de
acciones del ser humano del pasado, sino que desde el pasado el ser humano
se ha ido adaptando a los diferentes tipos de suelos que ha encontrado en cada
territorio que ha ocupado, por lo que nadie debe sentirse culpable de las
características físicas y químicas de los diferentes tipos de suelos presentes
en nuestro hábitat, aunque sí debemos sentirnos culpables de no esforzarnos en
entender que cada tipo de suelo tiene características distintas y
comportamientos distintos, especialmente en presencia de agua, y que los suelos
orgánicos arcillosos son buenos para la agricultura pero son muy malos para
construcción y urbanización, mientras las zonas de rocas rígidas, carentes de
suelo, son malas para la agricultura, pero son buenas para la construcción y
urbanización por su alta capacidad de carga y su excelente respuesta ante la
presencia del agua y ante la presencia de cargas sísmicas, tanto así que
el evangelista Mateo escribió, hace 2 mil años, que el hombre prudente
construye sobre la roca y el hombre insensato construye sobre la arena.
Pero
lo que en la sociedad primitiva de hace 2 mil años fue fácilmente
entendible para el evangelista Mateo, es aparentemente difícil de entender para
algunos ingenieros de hoy, pues con frecuencia vemos que en Santiago, en La
Vega, en Bonao, en San Francisco de Macorís, en Moca, en Licey, en Navarrete,
en Esperanza, en Mao, en Villa Vásquez, en el bajo Yuna, etc., se construye
sobre arcillas de forma similar a como se construye sobre rocas, sin que
alguien le facilite una Biblia abierta en el capítulo 7 del evangelio de Mateo
y le sugiera leer los versículos 24 al 27 que constituyen la primera cátedra de
ingeniería sismogeotécnica impartida para la humanidad, y que si fuera bien
entendida como cátedra de ingeniería, entonces muchos ingenieros no
confundirían problemas geológicos de arcillas (causa) con problemas
estructurales de muros (efecto), ya que un problema estructural de un muro se
dispara en cualquier circunstancia, pero un problema geológico de arcillas
siempre se dispara bajo condiciones de muchas lluvias que saturan el suelo,
aumentan el peso, reducen su resistencia al cortante y empujan taludes y muros
hasta el colapso.
Por
ello, los recientes colapsos observados en suelos arcillosos de la ciudad
de Santiago de los Caballeros, donde algunos ingenieros confunden la causa
(empuje de la arcilla saturada por lluvias torrenciales) con el efecto (colapso
del muro empujado por la arcilla saturada, el cual no hubiese colapsado si no
hubiese llovido torrencialmente), han activado las alertas de la preocupación
en una parte importante de la población que ya comienza a ver y a entender lo
que algunos ingenieros se niegan a entender, en el sentido de que esos suelos
arcillosos responden de manera muy diferente a cómo responden las rocas calizas
rígidas de la ciudad de Santo Domingo, por lo que toda obra de ingeniería que
se ejecute en Santiago de los Caballeros, a nivel del suelo, o soterrada, o muy
especialmente cuando es suficientemente elevada, debe comenzar por una correcta
zonificación geofísica, horizontal y vertical, de toda el área de
emplazamiento, y donde los gobiernos, los diseñadores y los constructores deben
estar conscientes de que son responsables de adaptar las obras de ingeniería a
las pésimas condiciones de los suelos de Santiago, aunque implique mayores costos
en remoción de suelos de mala calidad, mayores costos en pilotes para
transferir cargas hacia sustratos profundos, mayores costos en drenajes
interiores y, fundamentalmente, mayores costos en reforzamiento estructural
para que las estructuras de Santiago respondan bien cuando sean sacudidas por
un fuerte terremoto cercano.
Lamentablemente,
hoy día se prioriza el menor gasto posible, sobre todo cuando se refiere a
estudios de suelos para emplazamientos de obras de ingeniería en una ciudad
donde algunos ingenieros constructores no entienden que las arcillas empujan
cuando están saturadas de agua, y que por esa razón muros construidos en
Santiago, hace apenas 30 años, ya están abatidos por un episodio de lluvias que
saturaron las arcillas, mientras la Catedral Primada de América,
construida sobre roca caliza, con verdaderos criterios de ingeniería, se
mantiene de pie 500 años después de haber sido construida, después de 10
grandes terremotos que han sacudido a nuestra isla, y después de fuertes
huracanes que han descargado grandes volúmenes de lluvias sobre sus zapatas y
sus muros, sin producirle fallo alguno.
Mientras
iguales muros coloniales, levantados sobre las arcillas Santiago y La Vega,
colapsaron con el terremoto de 1562.
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