Por Néstor Estévez
Cuentan que un hombre con alta incidencia en el mundo artístico y
farandulero, en Santo Domingo, durante buena parte de la mitad del siglo
pasado, es el autor de una expresión muy usada para animar ambientes festivos:
¿Paramos? ¡Noooooooo! ¿Seguimos? ¡Síííííííí!
De todos modos, como dice Antonio Machado, “Hasta que el pueblo las
canta, / las coplas, coplas no son, / y cuando las canta el pueblo, / ya nadie
sabe el autor”.
Esta expresión popular viene a cuento a dos meses de que se celebre el
centenario del natalicio del Premio Nobel José Saramago, y en un momento en que
parece cada vez más urgente que respondamos concienzudamente a la consulta de
si seguir o parar.
Como se ha de recordar, José Saramago, nacido en Azinhaga, Portugal, el
16 de noviembre de 1922 y fallecido en 2010, es un autor esencial para entender
el mundo que nos ha tocado vivir. Muchos, con sobrada razón, han llegado a
considerarlo “la conciencia del fin del siglo XX”. La extraordinaria calidad
literaria, el carácter innovador y la profundidad de su obra, sirven como fundamento
para esa consideración.
Lo real es que la obra de Saramago resulta fundamental para hacernos
reflexionar, inquietarnos y movernos. Como muestra sirve “La caverna”, novela
en la que el escritor portugués nos invita a descubrir quiénes somos, dónde
estamos y, para quien se siente retado, hacia dónde vamos.
Si bien es cierto que el Premio Nobel se apoya en algo tan básico como
la realidad de una familia que regentea una pequeña alfarería, al tiempo que
descubre que ha dejado de ser necesaria para la sociedad, el real referente del
autor es aquella leyenda sobre la caverna de Platón.
Para ello es que Saramago teje una historia en la que ubica a la humilde
familia justo en frente de un centro comercial gigantesco. Es el contraste que
el autor usa para que entendamos la relación entre un mundo en extinción frente
a otro que se impone.
Al comentar su primera novela después del Nobel, Saramago refería el
generalizado miedo ante los cambios. Desde la amenaza que significa estar ante
la posibilidad de perder el puesto de trabajo hasta la incertidumbre a que nos
someten quienes detentan el poder a nivel global eran temas recurrentes en el
autor de Ensayo sobre la ceguera.
Ese miedo, unido a lo que denominaba “pereza intelectual”, es lo que
genera, según Saramago, un gran condicionamiento a la intervención pública de
mucha gente que se autolimita a la simple emulación de patrones de conducta
cada vez más mecánicos y repetitivos.
Por eso solía ser enfático, al hablar sobre derechos humanos, con el
tema de los “deberes humanos”. De ahí su insistencia en que el primer deber
humano es defender, para que dejen de ser letra muerta, los derechos humanos.
En alusión a Platón, el escritor portugués, comentando su novela La
Caverna, definía a los escaparates de las grandes plazas como “las cavernas de
la época contemporánea”. De ahí su crítica a quienes, mucho tiempo después,
siguen asumiendo una “realidad” limitada a sombras o apariencias. A eso hacía
alusión el escritor cuando hablaba de “espíritu autista de consumidores
obsesionados por comprar”.
Cuando llegamos al centenario de su natalicio y a doce años de su
fallecimiento, el mundo analizado por Saramago está cada vez más sumido en los
efectos de imágenes que, como las referidas por Platón, impiden que conozcamos
la realidad.
El miedo, ya sea provocado por una pandemia o por una guerra, sigue
condicionando las acciones de quien sucumbe ante mensajes elaborados para
desviarnos de lo esencial.
Salvando las diferencias contextuales entre frase para animar en un
espectáculo y llamado a consulta en el devenir de un conglomerado, es tiempo
para revisar si paramos o seguimos.
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