Cuentan que el origen de las
tarjetas de felicitación está en la solución encontrada ante la gran cantidad
de mensajes que un emprendedor necesitaba responder.
Llegaba la Navidad de 1843. A
Sir Henry Cole se le habían acumulado muchas cartas sin contestar. El hombre
puso su mente a pensar hasta que se le ocurrió la gran idea. Ante un problema
(desatención a relacionados), Sir Cole asumió gestionar lo que tenía a la mano
para conseguir su propósito (responder mensajes de manera ágil y original).
Ya existía el sello postal,
cuya primera emisión ocurrió tres años antes; tenía un amigo (John Calcott
Horsley) que era dibujante, a quien le encargó pintar una escena navideña;
luego reprodujo el trabajo artístico en una imprenta, y completó su invento
escribiendo unos breves deseos de felicidad, estampando su firma y enviando por
correo.
Aunque internet y las nuevas
tecnologías han dejado muy atrás aquella etapa, refrescar esa parte de la
historia resulta de gran utilidad para que logremos avanzar realmente. Pues si
bien es cierto que la modernidad nos ha permitido agilizar las respuestas y
estar cada vez más interconectados, no menos cierto es que la digitalización y
su interconexión no garantizan real vinculación y mucho menos representan
verdadera cercanía.
La experiencia fruto del
ingenio de Sir Henry Cole arroja gran riqueza para aplicar en la cotidianidad,
y más aún cuando se trata de pasar del dicho al hecho en eso de desear
bienaventuranzas, prosperidad y toda esa carga de positividad que suele
caracterizar cada final e inicio de año.
Una primera gran lección está
referida al hecho de que no es lo mismo expresar deseos que asumir el proceso
para materializarlos. Si a los deseos que expresamos les aplicamos la lógica de
conectarlos con lo que tenemos, seguida de cómo usar eso para lograr lo que
queremos, estaremos en franca ruta de avance. Para ello sirve de mucho que esos
deseos sean específicos, medibles, alcanzables, retadores y con tiempo
establecido.
Una segunda gran lección está
orientada a la importancia de las relaciones. Por más capaces, aguerridos y
visionarios que seamos, el logro de los avances está grandemente condicionado
por la calidad de las relaciones con otras personas, con entidades y con el
entorno en sentido general.
Ambas lecciones cuentan con
larga trayectoria y gran sentido de oportunidad. La primera es una especie de
resumen de los principios de administración; mientras que la segunda es
resultado de un recorrido apretado por siglos de trayectoria humana.
Sencillamente ha de
recordarse que, gracias a la alianza entre monarquía y burguesía, como
expresión de gran adelanto para aquel tiempo, se logró dar origen al Estado
moderno, dejando atrás el feudalismo. Así se innovó en los modos de conducir
las sociedades, con su consecuente repercusión en los modos de producción y con
valiosas transformaciones para beneficio de grandes conglomerados humanos.
Es con el Estado como se
logra esa hegemonía dominante de los territorios, que luego, con la revolución
industrial, encuentra la dupla compuesta por industria y gobierno como motores
del devenir de los países de aquella época.
Luego, por esa dinámica que
suele caracterizar a las acciones humanas, la denominada triple hélice, que
postula la relación estratégica entre universidad, empresa y gobierno, se
encarga de hacer evidente el rol del conocimiento, de quienes motorizan la
economía y de quienes toman las decisiones en el devenir de las sociedades.
Y más recientemente, en una
primera etapa, a esa tríada se suma la representación de la sociedad civil para
hablar de una cuádruple hélice, seguida por una segunda etapa con la quíntuple
hélice, al tomar en cuenta lo determinante que resulta el medio ambiente de
cara a lograr sostenibilidad en las actividades emprendidas por cualquier
conglomerado humano.
En suma, por más que se
promueva y practique el individualismo, nos ha correspondido vivir una etapa en
la que, tanto en acciones particulares como de amplias colectividades, se
precisa de tomar en cuenta la necesidad de gestionar adecuadamente lo que
tenemos para conseguir lo que queremos, con el ser humano en el centro y con el
medio ambiente como único espacio común para generar bienestar y felicidad.
Tomando todo esto en cuenta,
este es el tiempo para poner “manos a la obra” con metas específicas, medibles,
alcanzables, retadoras y con tiempo establecido, antes de que el año se ponga
viejo.
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