RAFAEL PERALTA ROMERO
rafaelperaltar@gmail.com
El pensamiento de Juan Pablo Duarte conserva plena vigencia. En lo político, en cuanto a la organización
del Estado, en la relación con el vecino Haití o en lo que respecta a la aplicación de la justicia, el ideario
duartiano ostenta toda su lozanía. De no ser así será que nuestros
males han variado poco en los últimos dos siglos. O quizá son los mismos.
Junto a su
ejemplo de entrega sincera al bien colectivo, el pensamiento de
Duarte es su más preciado legado. Su sentido de justicia y equidad, como su
doctrina de moral política, claman por
ser tomados en cuenta. Debería resonar en nuestra conciencia su advertencia: “Mientras
no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos
dominicanos serán víctimas de sus maquinaciones”.
El día 26, a
los 207 años de su nacimiento, su nombre estará de boca en boca, y sobre todo saldrá
de aquellos a quienes el Patricio llamó
“facción miserable que se opone al deseo
de bienestar del pueblo”. Esa “facción miserable” sustrae los bienes del
pueblo, y mientras ellos viven en el
lujo y el derroche, la mayoría
padece todo género de calamidad y
precariedades.
Han quebrantado toda ley y toda ética con el propósito
de acumular riquezas. Andan podridos en dinero y borrachos de poder, pero aun
quieren más. Alaban a Duarte de palabra, pero
en medio de sus orgías se burlan de él y de quienes como él aspiran a ver al pueblo dominicano feliz y
tranquilo, libre del hambre, de la insalubridad y de la violencia que azota a
toda hora.
La “facción miserable” ha corrompido las
instituciones, sobre todo la justicia y los medios de comunicación. Han traicionado la confianza de la gente.
Ahora es poco lo que se puede hacer para someterlos al orden, pues obran
para retorcerlo todo, para vulnerarlo todo. Los reclamos del pueblo
contra la corrupción y la impunidad
tienen su base en hechos
reales.
Su afán de lucro los ha llevado a conspirar contra la
soberanía y contra el honor patrio, contra la salud del pueblo, contra la
estabilidad de la familia y contra la democracia. Por eso merecen la calificación de traidores,
y la suya es alta traición. En el siglo XIX, traidores serían, entre
otros, Pedro Santana y Buenaventura Báez, pero la historia no termina ahí. Hay
nuevos nombres.
Ojalá esa gente no tomara en su boca el nombre del fundador de la
República. Más bien pudiera prestar oídos al patricio que repite: “Mientras no se escarmiente a los
traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán víctimas de
sus maquinaciones”. Y someterse a juicio.
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