Periodista y catedrático universitario.
Santiago, R.D.- Algunos
de los Presidentes de la República se han autodefinido, regularmente a
principios de sus gestiones, como luchadores por convicción e implacable en
contra de la reelección presidencial. Por supuesto, conviniendo de esta manera
con el texto Constitucional que así lo prohíbe. Sin embargo, cuando el
tiempo acerca la culminación de sus mandatos desdicen y se contradicen
semánticamente inducidos por la rémora reeleccionista.
No hay dudas,
se incineran y fríen en sus propias cenizas retóricas reeleccionistas. Reitero,
se contradicen ex profeso de la reelección presidencial. Lo que se
recuerda como expresiones manejadas con el propósito de mantener pasiva la
efervescencia política y engatusar a los electores incautos en su oportunidad.
Las mismas son, periódicamente, esgrimidas por considerables figuras que
ocuparon la jefatura del Estado y aún en la actualidad se mantiene la misma
actitud.
Desde luego,
la elocuencia engañifa, en otras latitudes, es tomada en cuenta y debidamente
sancionada y castigada. Cabe añadir que, en nuestro entorno,
antiguamente, decir hombre de palabra era sinónimo de caballero correcto,
responsable, garante y fiador de la misma.
Por
consiguiente, esta conducta honorable y digna quedó en el pasado. Es decir, se
ha producido un ahorcamiento y estrangulación de los buenos hábitos y de la
costumbre bienhechora. De ahí que, hoy, las personalidades varían de
criterio como el camaleón cambia de color o como el sapo cambia los ojos.
Además, en nuestro hábitat hay animales anfibios, sapo grandísimo, que viven de
la política.
En líneas generales, se trata de la demagogia y de la degeneración
política que constituyen la senda y la vía más expedita y despejada de gente
sin moral prefijada para aterrizar en la falsedad, el antifaz y el fingimiento
conceptual.
Estas les sirven de acicate para la consecución
de metas oscuras y tenebrosas en desmedro de la sociedad.
En efecto,
estos cambios repentinos e insospechados les han servido en incontable
plataformas para prolongar, con gran efectividad y a qué precio, su estadía en
la silla de alfileres que pregonaba el artista de Navarrete.
Visto los
hechos, esa conducta ha dejado como huellas indelebles e indestructibles en la
percepción de los ciudadanos la penosa y deplorable imagen de políticos
carentes de reciedumbre y firmeza moral. Así pues, el afán de mantenerse en la
jefatura del Estado los ha conducido a la incoherencia e incongruencia verbal.
Incluso, esa cháchara y palabrería contraviene y quebranta la calidad
semántica. Esto último implanta una mala imagen por tratarse de
hombres de Estado.
A propósito
de lo dicho, verbigracia, el doctor Jesús de Galíndez, en su tesis doctoral, La
Era de Trujillo, donde describe el ambiente político tétrico que vivió el país
a partir del año 1931. En ese año, dice el autor que surgió con fuerza un rumor
de una posible reelección presidencial del Generalísimo Rafael Leonidas
Trujillo Molina. El mismo escritor alude al periódico Listín Diario del 28 de
agosto de 1931 donde adelanta que, según fuentes autorizadas, Trujillo
anunciará pronto que no irá a la reelección del año 1934. De ahí que, el 7 de
septiembre el propio Presidente, Trujillo Molina, lanza un
manifiesto desde Azua en el que confirma solemnemente ese rumor:
“El principio
de la no reelección, que cada día parece tener mayor ambiente en la conciencia
pública, se aviene a mi ética de gobernante, y yo sabré sostenerlo con la
firmeza de mis profundas convicciones aun cuando, sin sugerencias de ninguna
clase de parte del gobierno que dirijo, el pueblo pidiese por acto de su libre
voluntad, mi continuación en el poder”, expresó el tirano sancristobalense.
Igualmente,
Trujillo declinó ser elegido candidato presidencial para el año 1938. El hombre
que gobernó con manos de hierro el país hizo uso de argumentos propios y
característicos del eufemismo y disfraz. El brigadier, citado por el autor
anterior, dijo que: “Comenzaré formalizando una categórica reafirmación de los
propósitos, ya de tiempo atrás revelados en reiteradas ocasiones, de despojarme
de las investiduras oficiales para volver a disfrutar el apacible descanso de
la vida privada.”
De la misma
forma, el doctor Balaguer prolongó, en los 12 años, el estilo de su padre
político, el supuesto benefactor de la patria. Pero, por razones de espacio
prescindiré esta parte importante de la historia. En lo adelante me limitaré
escuetamente a la declaración relativa a la reelección.
Al respecto,
el doctor Joaquín Balaguer prometió en 1970 que no buscaría la reelección
presidencial, a saber, el tercer mandato consecutivo. En ese sentido, el
abogado de Navarrete prometió: “ser el último gobernante dominicano que se
sucediera en el ejercicio del poder a sí mismo”. El viento se hizo cargo de
esta promesa hueca y vana.
Por el contrario, en un discurso televisado el 29 de
marzo de 1974 anunció su postulación alegando que “se había visto obligado a
variar su promesa debido a que la oposición no aseguraba una transformación
dentro del orden y la ley”. En efecto, no queremos recordar esa transformación
que, en el marco del orden y la ley, impuso Balaguer a sangre y luto a la
sociedad dominicana.
Asimismo, con
la misma similitud de pensamiento reeleccionista, el Guapo de Gurabo tan pronto
resultó electo presidente de la República en el 2000, no quería que le hablaran
de reelección. Y cuando alguien osaba tocar el tema reaccionaba indignado y
molesto con expresiones de desprecio a la reelección presidencial y siempre
decía: “no me hablen de esa vaina, maldita reelección”, entre otras. Sin
embargo, cuasi concluyendo su gestión terminó promoviendo y promulgando una
reforma constitucional que le facilitó la postulación para el período
2004-2008.
De modo
semejante, se expresó Danilo Medina, quien coincidió plenamente con el doctor
Balaguer y el ingeniero Hipólito Mejía en lo concerniente a los planteamientos
favorables a la reelección presidencial. Medina, más expresivo y abundante que
los dos ex gobernantes anteriores. Y en cierto modo, se le fue la mano en
su pronunciamiento anti reeleccionista. El Presidente fue diestro y suelto en
afirmar como un juramento vacio lo que sigue: “no hay manera de que un
presidente busque la reelección sin que sus funcionarios no terminen abusando
de los recursos públicos”.
Más aún, “mi
temor es que si lo hacemos el partido se va a destruir y si lo hace el
presidente debe estar en capacidad de tragarse un tiburón en descomposición sin
eructar y, además, tiene que tirar en el zafacón todos los escrúpulos si quiere
ganar la reelección.”
De las
expresiones manifiestas del Presidente se infiere que, en ese momento de inicio
de su primer gobierno, lucía absolutamente convencido de que no aspiraría a un
segundo mandato. Alegaba que “en el caso mío, mi opinión es que este país
todavía no está preparado para una reelección porque tenemos una democracia muy
débil.” Advirtió que tal vez en 20 años cuando pasen 4 ó 5
gobiernos estarían proporcionadas las condiciones para la reelección
presidencial.
También
afirmó que, “Por eso no tengo interés en reelegirme, solo quiero un período de
4 años y nada más ni un día más y no vuelvo en períodos intercalados.” Este
pronunciamiento es hijo de un neófito Jefe de Estado. Aún no había degustado
ni aprobado lo dulce y adherente que resulta la Presidencia de la República.
Inclusive, no tenía el tiempo prudente para sentirse ebrio de poder.
A fin de
cuentas, el tiempo se ha encargado de descifrar e interpretar mejor el
pensamiento de los inquilinos del Palacio Presidencial. Y que mejor forma
de aclarar y precisar las posiciones contradictorias de esos Ejecutivos que
aludiendo, como tónico espiritual, de conocimiento y comparación semántica, al
libro Rimas y Poemas de uno de los escritores más célebres del Romanticismo
español del siglo XIX.
Desde luego, me refiero a la mentada expresión de
Gustavo Adolfo Bécquer, sensible por excelencia, quien en su obra nos legó que
“Los suspiros son aire y van al aire. Las lágrimas son agua y van al mar. Dime,
mujer, cuando el amor se olvida ¿sabes tú adónde va?”.
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