Difícilmente puede
encontrarse en el mundo, o por lo menos en América Latina, un caso tan “sui
generis” como el que existe en República Dominicana a la hora actual.
Así, nos encontramos con
dos partidos que han sido mayoritarios por años, divididos en facciones y
candidaturas; unas Fuerzas Armadas y Policía al servicio se los peores intereses;
sindicatos y ONGs, casi todas con escasa credibilidad, violencia generalizada (solo la semana pasada hubo
siete feminicidios y otras veinte muertes violentas), robos y asaltos por doquier, corrupción
generalizada e impunidad casi absoluta; y educación, salud y vivienda en sus
peores momentos.
Ese cuadro dantesco de la
República Dominicana hoy no puede ser corregido con simples arreglos cosméticos
sino con una profunda revolución moral y cívica ejercida tanto desde el poder
como en la familia y otras instituciones.
Sin embargo, se trata de un caso de estudio, porque todo ese caos no parece
ser manejado por una persona en particular, sino que se ha creado una cultura
de “lassez faire” en la que nadie se siente responsable de la gran tragedia del
pueblo dominicano.
Solo el hambre parece un tanto mitigada por la tradicional feracidad de
nuestra tierra y ayudas provenientes del extranjero y del propio gobierno
dominicano.
Esa aparente anomia que padecemos y que permite desenlaces futuros “con
todas las posibilidades”, a que debe estudiarse a fondo y sacar conclusiones
porque lo mismo puede generar una dictadura brutal o crear un caos mayúsculo y
que un movimiento de regeneración por parte de los sectores más sanos de la
sociedad que pueda sacarnos de la crisis permanente que vivimos.
Los politólogos y sociólogos explicamos cómo conviven los abusos y
tropelías que se cometen cada día con las críticas severas y bien fundamentadas
que se producen cada día en los diferentes cenáculos y mentideros de la
República, porque es también una realidad que pensadores, científicos y
tecnócratas de todas las edades tratan de contribuir con libros, programas y
conferencias acerca de los problemas del país y sus vías de solución.
Pero como nada en el mundo se da en forma espontánea y mucho menos las
cosas buenas, es necesario que surja un liderazgo capaz de aglutinar las
voluntades y conocimientos que pueden convertir a esa masa caótica en que se ha
convertido el pueblo dominicano por sus malos dirigentes, en un proyecto capaz
de integrar a toda la sociedad en la gigantesca tarea de hacer de la República
Dominicana, no solamente un país habitable, sino capaz de aprovechar sus
riquezas y posibilidades para dar un salto hacia adelante, hacia el progreso
sostenido, un orden social ejemplar, y una verdadera democracia.
No se trata del “sueño de una noche de verano” sino de una posibilidad
concreta que se ha producido en otros países que están en situación similar o
peor que la nuestra.
Solo es cuestión de tomar conciencia plena de la situación que vivimos y
tomar decisiones en el camino correcto en torno a un liderazgo que haya
demostrado la capacidad y el valor para enfrentar la tragedia nacional.
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