La madrugada del 13 de mayo de 1988, el famoso trompetista se estrelló en caída libre sobre el asfalto desde el segundo piso de un hotel de Ámsterdam.
En su
cuerpo se encontraron restos de heroína y de cocaína, pero nunca se pudo
establecer con seguridad si había caído por accidente o si lo empujaron al
vacío
El Perseguidor fue publicado en 1959, cuatro años después de que Parker
-Johnny Carter, en el relato- muriera de una neumonía asociada con una
perforación intestinal que no le dejaron salida a un cuerpo que ya no daba más
por la adicción.
Si el
cuento hubiese sido escrito tres décadas después -algo imposible, porque para
entonces Cortázar ya había muerto-, cambiando el saxofonista negro por un
trompetista blanco y dedicado a la memoria de “Ch. B.”, cualquier lector amante
del jazz no dudaría en identificar al protagonista como Chet Baker.
El
Perseguidor es la historia de la búsqueda desesperada -la persecución- de
un tiempo y una música inaccesibles para el resto de los mortales.
La
crónica de una caída fatal, que en la vida real fue lenta y progresiva en el
caso de Parker en la de Baker, aunque en el caso del trompetista blanco tuvo un
final abrupto que puede medirse en la distancia que media entre el balcón del
segundo piso de un hotel de mala muerte en Ámsterdan y el asfalto contra el que
su cuerpo golpeó la noche del 13 de mayo de 1988.
Hacía
años que Chet Baker venía cayendo hasta que finalmente se estrelló.
Había
tenido casi todo -recitales a sala llena, discos premiados, protagónicos en el
cine- pero ya no le quedaba casi nada.
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