Estamos en el año 2022.
Lo más perversos que debe
existir en un país es la corrupción estatal y privada. Dos cánceres interminables.
Eliminar las trabas,
complicaciones a los proveedores, contratistas privados, evitando así los
sobornos.
El mundo estalla, como una
auténtica epifanía, en un renacer florido de la humanidad.
Está el imperio de la nueva
tecnología, con redes sociales, correos electrónicos, teléfonos celulares de
alta gama y algo más.
La humanidad entera se
conecta.
Ya no hay distancias entre la
gente.
En una reunión de cinco
personas nadie pronuncia palabras, sino que se comunica a través de las redes.
Por eso el mundo se vuelve un
pañuelo cuyas puntas se tocan, unas con las otras.
Usadas torcidamente por el hombre, esas maravillas modernas se volvieron
aliadas de la corrupción a través de computadores, direcciones falsas, trampas
modernas, estaciones de comunicación terrestre y satelital.
Si Juan
Pablo Duarte supiera cuanta falta nos está haciendo.
Ladrones
por doquier.
Crímenes, asesinatos, el país lleno de haitianos,
invadiendo la tierra donde nació, crio, formó, aunque por a
causas de las traiciones, el Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, no pudo
morir en ella, la que hoy adolece de indignación y perplejidad.
Hay incertidumbre por los
actos de violencia, irrespeto, drogas, asesinatos, violaciones a menores, sistema
judicial “podrido”.
Un congreso compuesto por
muchos insípidos, hacedores de las leyes y son los primeros en violarlas, ya que
son dueños de bancas de apuestas que impulsan la corrupción.
Hay proyectos perjudiciales
al país, porque lo someten a la consideración de los legisladores, aducen no tener
“tiempo dizque para leerlo” y levantan las manos en señalar de aprobación,
generando caos en la sociedad.
Aprueban proyectos de leyes
para incentivar la corrupción, jamás para castigarla.
Hay corruptos que debían ir a
la cárcel, quitarle lo que se han robado, por el contrario, hay congresistas y
políticos que lo eximen de ser llamados a declarar.
“Debería hacerse a revés”.
Debió haber ordenado que les
dieran la cárcel por casa, sin importar sea hombre o mujer el corrupto.
Como una ironía del destino,
en el otro costado del mundo, en el continente asiático está un país de 700
kilómetros cuadrados, una población de 5 millones 700 mil personas que le llama
Singapur.
A pesar de ser pequeño en extensión
y población, a nivel mundial Singapur adquiere más fama de honestidad y
seguridad.
Lo llaman “Milagro económico legal”. “El imperio de la ley”, dicen sus vecinos asiáticos.
Singapur es líder mundial en
educación, salud, sin corrupción, segundo en carga y descarga marítima del
mundo; centro financiero y el más grande que existe en el planeta.
Este país no coge prestado al
Fondo Monetario Internacional -FMI- sin embargo, República Dominicana, en
cambio, y aunque nos duela en el alma, ocupa una de las peores posiciones entre
los países con mayor corrupción en el mundo entero y endeudado hasta los “tuétanos”.
La corrupción nos está
costando a los dominicanos miles de millones de pesos y los ladrones se burlan
del pútrido y famélico sistema judicial que tenemos.
Singapur, situada en el
corazón de Asia, es un país ejemplo a nivel mundial.
Antes, se desató una
corrupción que parecía invencible.
Desfalcos y trampas de dinero
eran cada vez más grandes.
Era estremecido por
escándalos de desfalcos, contratos amañados, corrupción del Estado y de las
empresas privadas.
Allí, se llegó a pedir
sobornos hasta para autorizar el traslado de un moribundo desde el hospital a la
casa de familiares.
Surgió el primer ministro Lee
Kuan Yew y se decidió enfrentar el robo actuando sin contemplaciones con nadie.
Reunió su consejo de
ministros y les dijo una frase que se volvería famosa: “Si de verdad queremos
derrotar la corrupción, hay que estar listos para enviar a la cárcel, si fuese
necesario, a nuestra propia familia”.
Pusieron manos a la obra de
inmediato.
Lo primero fue incrementar
con dureza las penas de cárcel para los culpables de corrupción.
Las condenas más altas quienes
robaban dineros destinados a los planes sociales, niños abandonados, personas
envejecientes, salud, alimentación, educación, hogares y desprotegidos.
Las personas que trabajaban
en la Justicia fueron los primeros en colaborar con el Gobierno.
El primer Lew Kuan Yew, puso “reglas
claras y sencillas”.
Descubrió las normas legales estaban
redactadas amañada que facilitaban los enredos de la corrupción.
Ordenó los empleados públicos
tenían que rotarse en sus cargos cada cierto tiempo para evitar que se
enquistaran en las entidades, perpetuándose y corrompiéndolas.
Convocó a los ministros,
jefes de áreas, departamentos y anunció la cantidad de dinero que había acumulado
antes de ser primer ministro.
Les anunció a Singapur que
comenzaba la lucha implacable contra la corrupción.
Todo empleado del Gobierno,
antes de posesionarse, tenía que firmar un documento en el que autorizaba
al Estado revisar, cada vez que quisiera, sus cuentas bancarias en el país o el
exterior.
Y si en algún momento se
le hallaba culpable de corrupción, perdía su derecho a la pensión, jamás podía volver
a ocupar un cargo público y era castigado con la vida.
Todos dijeron “manos a la
obra”.
Pero, aparecieron unos “judas”
y los mandó derechitos a la cárcel.
Los ladrones que mandó a
fusilar fueron ministros, gerentes, líderes sindicales, empresarios, militares,
gentes de su entorno, funcionarios de su entorno, periodistas corruptos que
hacían negocios indebidos con entidades estatales.
A la fecha, Singapur tiene el
mejor manejo moral, estupendo, económico y envidiable del mundo.
Al día de hoy, Singapur es el
sexto país más rico del mundo.
Ganó la batalla a la
corrupción; a las drogas; crímenes, al robo, migración y al delito.
La gente decía que Singapur
era el único lugar del mundo que había triunfado “sobre el mal”.
Ha obtenido “la victoria de
los justos sobre los malvados”.
Para que vean cómo fue
aquella lucha titánica.
Se ordenó en Singapur que
colegios y universidades enseñaran a los jóvenes, en sus programas de estudio,
la asignatura de “ética pública”.
Lo mismo se hacía con el
público, a través de las salas de cine, antes de empezar la película, era
enseñar por varios minutos fragmentos de lo que es “ética pública”.
El Banco Mundial, acaba de rendir un informe en cual reveló que Singapur es el país en el mundo con menos trabas administrativas y burocráticas a la hora de hacer contrataciones con proveedores privados.
Pero, no todo fue agua de rosas, sino para lograr esas conquistas, hubo de
existir la muerte.
Pasaron los años y el tiempo
no se detiene ni en las “buenas ni en las malas”.
Para combatir la corrupción
hay que se implacable.
La situación se puso peor que nunca.
Lee Kuan Yew, que ganaba todas las elecciones al frente del Gobierno,
apeló al recurso supremo, último argumento, el más contundente de todos: la
pena de muerte.
Se estableció que serían
ejecutados quienes cometieran actos de corrupción, aquellos que ocasionaran la
muerte de otro.
Aquellos que desfalcaran los
presupuestos del gobierno, impidiendo construir hospitales, escuelas públicas,
prestar ayuda alimenticia para los pobres.
El narcotráfico.
Ministros, militares, jueces,
policías, ciudadanos, funcionarios importantes del país cayeron en las garras
afiladas del delito.
Ellos fueron ahorcados,
algunos fusilados, al igual que sus cómplices.
Al Gobierno de Singapur la
maldad humana no le daba descanso.
Justo decir, a la República
Dominicana le ha caído la plaga del narcotráfico con su mancha de crímenes,
dolor y horror, junto a la fatídica migración haitiana.
Resolvieron aplicar la misma
pena de muerte a los traficantes.
Paso a paso fue recuperando
la tranquilidad y la legalidad de los años transcurridos.
Singapur no es solo la
primera economía asiática más rentable que compite con gigantes como China y
Japón, sino que tiene inversiones extranjeras, es uno de los países más seguros
del mundo, con un sistema de justicia confiable.
Singapur ocupa hoy el puesto
número uno entre los países que han logrado erradicar la corrupción en el mundo.
¿Y República Dominicana para cuándo?
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