Cada vez son más frecuentes
las “metidas de pata” al comunicar.
En estos días ha circulado de
manera profusa un video en donde aparece la hermana de un hombre buscado por
las autoridades porque en otro video se le ve golpear y dejar abandonada a una
mujer, después de haber tenido una colisión de tránsito con la misma.
La hermana intenta defender
al prófugo. Pero sus expresiones, sus énfasis y hasta los propios términos que
usa son claros indicativos de que, como su hermano, tiene un serio descontrol
emocional.
Esa condición no es
particular de estas personas. Con solo detenernos, con sentido crítico básico,
a revisar lo que se difunde por la inmensa mayoría de los medios que usamos a
diario, encontraremos que la incontinencia verbal, la estridencia y
hasta los insultos se han convertido en una especie de moda generalizada.
Así como estas personas,
funcionarios, empresarios, profesionales, “influencers”, entre otros muchos,
son viva muestra de una degradación que nos aleja cada vez más del uso de la
comunicación para construir consenso. Mucha gente ha olvidado
que la información sirve para modelar el pensamiento, y que la
comunicación es soporte de la sociedad.
Cabe recordar que una
relación dinámica entre comunicación y experiencia se convierte en motor de las
transformaciones que experimenta la sociedad. Es así como, aun existiendo
reglas, el uso que de ella hace la sociedad va incidiendo en la transformación
de la comunicación. Pero también ocurre lo inverso porque la comunicación
incide, para bien o para mal, en el devenir de cada sociedad.
En ese ámbito, desde antes de
1950, la Unesco se dedicó a centrar su atención en temas
relativos a la libertad de información, considerada en ese momento como uno de
los pilares fundamentales para la Declaración de los Derechos Humanos de 1948.
Así fue como se identificó
que la diseminación del conocimiento y las tecnologías del denominado mundo
desarrollado, así como la extensión de la influencia de los medios de
comunicación de esos países, estaba incidiendo directamente en el modelo de
desarrollo del llamado mundo subdesarrollado; estaba basando el “desarrollo”
del centro hegemónico en el necesario “subdesarrollo” de la periferia.
En ese contexto surgen las
nuevas teorías educativas de Paulo Freire y los primeros estudios de
comunicación en América Latina, con exponentes como Luis Ramiro Beltrán y Antonio
Pasquali. Así es como, desde la Unesco, se asume abrir sus foros a nuevos
planteamientos, y se acoge centrar la atención en dos aspectos fundamentales:
las políticas de comunicación y el estudio de los flujos informativos.
En ese mismo contexto, desde
los países no alineados, surge una propuesta de cara a lograr un nuevo sistema
de relaciones a nivel mundial en materia de comunicación. Así se obtiene lo que
se conoce como Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación, en
1973.
Y también en ese contexto, en
1977, la Unesco designa la Comisión Internacional para el Estudio de los
Problemas de la Comunicación. Como presidente de la misma fue escogido el
irlandés Seán MacBride, quien había participado activamente en el movimiento
por la independencia de su país, llegando a ser encarcelado en varias
ocasiones, y quien se había desempeñado luego como Ministro de Relaciones
Exteriores de Irlanda.
MacBride, considerado una
figura prestigiosa y de consenso, también había sido cofundador y presidente de
Amnistía Internacional, había recibido los premios Nobel (1974) y Lenin (1977)
de la Paz. Los demás miembros fueron escogidos tomando en cuenta criterios de
pluralidad y representatividad tanto ideológico-política como geográfica.
Pero ni el peso de la figura
de este irlandés, ni las características de la comisión, ni la solidez del
documento de quinientas páginas, conocido como Informe MacBride,
entregado en 1980, lograron generar los cambios que hacían falta. Entre
críticas y elogios, el informe fue quedando en el olvido.
Hoy, a más de cuarenta años del Informe MacBride, se tiene “libertad de información”, sin libertad de pensamiento, además de gran desequilibrio en los flujos informativos.
Hoy, la tecnología se ha convertido en un fin en sí misma; parece haberse olvidado que debe ser un medio para lograr propósitos.
Hoy, el patrimonio de las 20 mayores
fortunas del mundo ha crecido 30% en 2021, mientras el resto de la población
trata de dejar atrás los efectos de una crisis que tiene como rostro a Covid-19.
Hoy vale preguntarse: Y ahora, ¿Quién podrá
defendernos?.
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