Por Néstor Estévez.
Aunque para mucha gente haya pasado de moda pensar,
mi más reciente visita a la Cueva de las Maravillas me ha servido para revisar
y valorar aún más la importancia de la comunicación.
Mi singular “aula de repaso” es esa impresionante
formación geológica ubicada en el llano costero oriental de República
Dominicana, entre San Pedro de Macorís y La Romana, entre los ríos Soco y
Cumayasa.
Aunque solo se ha habilitado una zona muy limitada
para visitantes, en la Cueva de las Maravillas hay espacio y oportunidad para
admirar y valorar, entre otros muchos estímulos, la oscuridad que contrasta con
la claridad del exterior, y que puede ser gestionada con ayuda de los sensores
de movimiento que han instalado allí.
En el que se considera primer museo de arte
rupestre de las Antillas se puede apreciar las “huellas” de aquella etapa en la
que no se conocía la escritura en esta parte del mundo. Pero también hay oportunidad para contrastar
entre la estridencia moderna y el silencio que se puede apreciar en
determinados puntos, principalmente cuando conseguimos apartarnos de quienes desconocen
la “elocuencia” y la grandeza que la afonía incluye.
Visitar la Cueva de las Maravillas me hizo valorar aún
más la comunicación porque allí recordé que, según las investigaciones
divulgadas hasta el momento, no ha existido el ser humano pre social. Los
estudiosos indican que solo a partir del desarrollo de la sociabilidad, para lo
que la comunicación es imprescindible, se ha logrado desarrollar esa facultad
de expresarnos y entendernos hasta dar forma a lo que conocemos como sociedad.
Allí se me ocurrió pensar que quizás simples
gruñidos, que luego encontraron soporte en el arte rupestre, pudieron ser los
primeros pasos que nos encaminaran a lo que mucho tiempo después se ha logrado
expresar como ideas y acciones puestas en común.
Reparar en trazos que distan mucho de los
caracteres que conocemos me sirvió para justipreciar la escritura, a modo de
complejo sistema de signos de los muchos que la sociedad necesita para
reproducirse, aunque solamente se trate de una mínima parte de los recursos que
la humanidad usa para comunicarse. Recordemos que toda acción humana sirve para
comunicar.
De hecho, las mismas pinturas rupestres
proporcionan pistas sobre cómo evolucionó nuestra capacidad de desarrollar un
lenguaje multifacético y, con ello, la comunicación. Los estudiosos han
encontrado que esas pinturas se realizaban en puntos calientes y acústicos,
donde el sonido hacía eco. Eso hace pensar en relaciones de representación
entre los dibujos y los sonidos que producían los humanos en aquellos tiempos, dando
inicio a lo que hoy conocemos como relación entre significado y significante.
Visitar la Cueva de las Maravillas, sin
apresuramiento y con deseos de desconectarnos un rato para atrevernos a cambiar
el enfoque, sirve para caer en la cuenta de lo que nos está provocando eso que los
Toffler (Alvin y Heidi, pareja de esposos investigadores estadounidenses), en su
obra “Future shock”, llamaron “infoxicación”, en alusión a la saturación de
mensajes y a la imposibilidad de centrarse en una información concreta, o de
profundizar en ciertos datos debido al continuo bombardeo que existe en los
medios.
Esta singular “aula” también sirve para que, con
apoyo de Alvin Toffler y su obra La tercera ola, hagamos ese recorrido en paralelo
entre los modos de producción y la comunicación a lo largo de la historia de la
humanidad. Así apreciaremos aquella etapa agrícola, con intercambio de mensajes
entre muy pocas personas. Esa etapa es denominada por Toffler como “Primera
ola”.
El seguimiento al tema servirá para caer en la
cuenta de que mucha gente se ha quedado estacionada en la “Segunda ola”, en ese
modelo conductista que siguió a la Segunda Guerra Mundial, con ese complejo de
“palabra de Dios”, caracterizado por la unidireccional y la relación estímulo/respuesta,
con un carácter estrictamente instrumental de la comunicación.
Incluso, en la zona de silencio de la cueva, se
entiende mejor esa “Tercera ola”, etapa en la que, aunque cualquiera dice y
hasta le creen, también se ha abierto oportunidad para el denominado diálogo de
saberes, cuestionando el antiguo rol protagónico del sujeto emisor que en la
etapa anterior legitimaba el mensaje y perpetuaba, en términos de poder, su
relación con las audiencias.
Ojalá que una visita suya genere otras inquietudes
que nos permitan realizar, para mantenernos humanos y mejorar la sociedad, un
buen ejercicio de comunicación.
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