La anécdota es una fuente de
conocimiento parcialmente valorada. Se trata de un relato breve basado en un
suceso extraordinario, curioso o divertido. Inicialmente circula en forma oral,
pero a partir de su contenido y de la persona involucrada en el hecho que la
origina, llega a constituirse en material para libro, para lo cual es
indispensable la aparición de un autor provisto de aguda visión de la realidad
social y a la vez dotado de entendimiento para emprender un trabajo que implica
sentido sociológico, histórico y literario.
Pocas veces concurren en un
escrito estas tres vertientes del quehacer intelectual. Por eso andan muchas
anécdotas en busca de quien se ocupe de llevarlas al papel y hacerlas perdurar
sobre la memoria de quienes la vivieron o escucharon de primera mano.
La anécdota resulta útil para
lograr una conversación amena, por igual para quien pronuncia discursos o
imparte docencia. Esto, debido a que esta narración breve, de hechos reales,
puede tener carácter jocoso, ingenioso y didáctico.
La anécdota puede proceder de
un sabio, de un intelectual, de un estadista o de un hombre común, pero también
de un idiota o débil mental. Las clases de física del bachillerato, me parece,
resultaron más amenas cuando se relató que Arquímedes, científico griego, al
bañarse en una tina observó que desalojaba un volumen de agua equivalente al
peso de su cuerpo. Lo jocoso es que salió a la calle desnudo proclamando
“Eureka, eureka”, que quiere decir “lo he logrado”.
Los sucesos extraordinarios
originan anécdotas trascendentes, y son protagonizados por hombres
extraordinarios: en la ciencia, la política, las artes, los deportes, la guerra
o en servicios al desarrollo espiritual de la sociedad, como algunos líderes
religiosos. Sus actos y expresiones suelen contener lecciones para los demás.
Rara vez el hombre mediocre propiciará enseñanzas con lo que dice o hace.
La anécdota es parte esencial
de la vida cotidiana y a diario se producen cientos de situaciones anecdóticas,
pero el pueblo le aplica colador para quedarse con las que por su contenido
deben perdurar. La política, la sexualidad y el trabajo son fuentes apreciables
de la anécdota, pero una cosa salta a la vista -o quizá al oído- y es que no
todos los políticos han sido tan propicios para la anécdota como Ulises
Heureaux, Rafael Trujillo y en menor medida Hipólito Mejía.
Algunos individuos reales se
comportan como personajes de ficción y por eso sus acciones se tornan en hechos
dignos de ser contados y su alcance dependerá del escenario en que se
desenvuelve el personaje: el mundo un país pueblo.
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