Por Néstor Estévez.
Ocurrió durante una tarde otoñal. Debía ser como las seis
y treinta porque ya las garzas completaban su viaje de regreso. Así se medía el
tiempo y se marcaba el final de la jornada en una tranquila comunidad rural del
noroeste dominicano.
A esa hora fue cuando aquella joven muchacha reparó en
que había olvidado algo que necesitaba con urgencia. Ella era quien apoyaba a
mi madre en labores domésticas durante el tiempo libre de sus estudios. Se
trataba de la hija de unos compadres muy queridos por mis progenitores.
Aunque se valoró la posibilidad, ya era muy tarde para
que un muchacho de mi edad, con menos de diez de años, tomara un camino
solitario que implicaría regresar bien entrada la noche. Fue por ello que se
decidió que debía madrugar para que, con “los claros del día”, fuera a buscar
un libro que esa muchacha necesitaba para realizar una tarea que le habían
encomendado en el liceo.
Prieto y Lula, los padres de aquella muchacha, se dieron
tremendo susto al verme llegar tan temprano: -¿Qué pasó en tu casa?, fue su
primera reacción. Luego de la correspondiente explicación, todo discurrió como
se esperaba y sin mayores dilaciones porque el muchacho y el mandado debían
llegar con celeridad.
Aunque el camino no me alcanzó para mucho, aquella
oportunidad para enterarme de que “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no
quiero acordarme…” fue el comienzo de una serie de encuentros que habrían de
incidir poderosamente en mi vida. El inicio ocurrió a puro lomo del burro que
servía como medio de transporte para nuestra familia y, desde ese día, como
“sala de lectura” para el primogénito de los Estévez Espinal.
Desde ese momento, cada oportunidad, en la que coincidían
disponibilidad del libro y libertad de mis quehaceres para ayudar en el hogar,
era aprovechada para adentrarme en aquel mundo mágico en el que, aunque me tomó
bastante tiempo entenderlo, la supuesta demencia del protagonista le sirve para
crear su propia realidad y vivir según sus propias reglas.
La Biblia, sin querer queriendo
Una oportunidad previa a aquel encuentro con Cervantes
fue moldeada por la labor de mi madre, catequista de la comunidad y cursillista
de cristiandad. Aunque solo llegó hasta segundo de primaria, su afición por la
lectura y el conocimiento hizo que se suscribiera a la revista Amigo del Hogar.
Para aquel tiempo, las páginas centrales de la
prestigiosa publicación incluían un contenido que me cautivaba. Allí se
publicaba una viñeta, como versión popular de los evangelios. Así fue como,
cada mes esperaba con ansias la continuación de una historia que después decidí
seguir en un libro grueso que tenía mi madre, en el que se contaba con más
detalles todo aquello que recoge el soporte de la fe cristiana: el conjunto de
libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento.
La diferencia de quien lee
“Leer distingue” es el lema de la Feria del Libro de
Santiago Rodríguez. Esa provincia, en donde ocurrieron aquellas dos singulares
maneras de adentrarme en la lectura, esta vez me honró, al invitarme como
conferencista, en el marco de cuatro jornadas para promover esa valiosa
herramienta de transformación.
Además de espacio y tiempo para compartir con connotadas
personalidades del ámbito literario, la cuarta versión de la Feria del Libro de
Santiago Rodríguez ha servido para mostrar e inspirar ese deseo de recuperar,
mantener y mejorar esa capacidad humana que nos hace apreciar, admirar y crear.
Cuatro jornadas han servido para hacer saber que, aun en
tiempos pandémicos, de abundantes y fuertes cambios, de precariedades y de
grandes pérdidas, con tantas maniobras para desviarnos de lo esencial, hay
oportunidad para descubrir y mantener el foco, para crecer y para avanzar.
Cuatro jornadas han servido para abrir espacio a una
diversidad de público que ha incluido desde alta intelectualidad hasta personas
con incipiente inclinación hacia un hábito que, dicho en términos de Umberto
Eco, ayuda a lograr “la inmortalidad hacia atrás”.
En términos personales, esta cuarta versión de la Feria del Libro de Santiago Rodríguez me ha servido para renovar mi convencimiento de que, en el lomo de un burro, con viñetas que despierten el deseo de seguir buscando, o en la preparación de una conferencia que sirva para explicar algunas claves para marcar la diferencia al comunicar, leer distingue.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario