Aquiles Olivo Morel.
Por Aquiles Olivo Morel
A comienzo del siglo XX
pasado los esfuerzos ideológicos por alcanzar un movimiento global para frenar
la furia con la cual el capitalismo alumbraba sus métodos de producción en masa
y, por supuesto, su formidable expansión a gran escala no fueron suficiente si
se mira la manera en que culmino imponiéndose, al tiempo de lograr también, una
explicación y mecanismo para contrarrestar sus propios desmanes, a los cuales
no escapa, tampoco, el impacto sobre el medio ambiente y una expansión
sin límites de las desigualdades.
También ha sido capaz de encabezar el protagonismo al frente de un desarrollo tecnológico con suficiente consecuencia en la transversalidad del conocimiento, como para considerarse afortunado por ser esta el inicio de una nueva denominada la época digital.
Surgieron en aquellos esfuerzos ideológicos las más descabelladas teorías tratando de realizar acotejos de la producción, en algunos casos arrancándose a la propiedad privada.
Fue el momento del surgimiento de las leyendas del fascismo, el comunismo y el neoliberalismo como fuente de sustento de los movimientos de masas.
Los filósofos se ampararon en la forma en que se fue concentrando la riqueza a lo largo y ancho del mundo industrializado dejando una estela de desigualdades de difícil corrección a corto plazo.
Estas condiciones desfavorables fueron aprovechas para el desarrollo de nuevos elementos discursivos y nuevas doctrinas esperanzadoras, a las que no escaparon visiones absurdas y redentores de todos los tipos.
Los radicalismos se esparcieron sembrando el temor en las comunidades atrasadas, las cuales aportaron los jóvenes para ser sacrificados en esas diatribas de las cuales nadie parece hacerse responsable.
La respuesta presentada por Thomas Piketty, en su afanado libro el Capital del Siglo XXI, incluye un sistema global de impuestos progresivos a la riqueza para ayudar a reducir la desigualdad y evitar que la gran parte de ella quede bajo control de una pequeña minoría.
Montada su tesis sobre el propio neoliberalismo y conociendo como sucumbieron sus contrapartes los fascistas y los comunistas y, con un exhaustivo análisis de la historia y sus expresiones económicas recrea un escenario cuya finalidad fundamental no se detiene en frenar la producción, por el contrario le da una nueva modalidad a los capitales para poder ir mas allá de sus propias trampas y así evitar esa nociva concentración en manos esos pequeños grupos.
Thomas Piketty argumenta que ha habido una tendencia histórica a una mayor desigualdad que se revirtió entre 1930 y 1975 debido a circunstancias únicas: las dos guerras mundiales, la Gran Depresión y una recesión alimentada por la deuda que destruyeron mucha riqueza, particularmente la propiedad de la élite.
Piensa que estos acontecimientos llevaron a los gobiernos a tomar medidas para redistribuir los ingresos, especialmente en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. El rápido crecimiento económico posterior de ese tiempo comenzó a reducir la importancia de la riqueza heredada en la economía mundial.
En definitiva se fundamenta en la creencia de que la tasa de crecimiento volverá a caer por debajo de la tasa de retorno, y en consecuencia el siglo XXI será una aberración en términos de desigualdad.
No solo fue el quien dio el gripo de advertencia, otros engendros ideológicos se aposentaron en diversas latitudes procurando dar una respuesta a este creciente desafío generador de desconfianza en las fuerzas productivas del modelo neoliberal.
Todas estas utopías sufragáneas del recién sepultado socialismo prendieron de la mano de los nuevos redentores, sobre todo, en aquellos lugares donde las élites políticas no fueron capaces de armonizarse con el modelo democrático neoliberal.
El presidente Donald Trump lo proclamo: los días de…”Nicaragua, Bolivia, Cuba y la Venezuela están contados” en una franca referencia a sus regímenes, totalmente ajeno a los modelos prevalecientes en la región.
Los inventos surgidos en esta parte del mundo como aquella famosa tesis adoptada por Hugo Chávez reinventado el socialismo –Socialismo del Siglo XXI- desde la óptica de la disolución de los capitales y sus funestas decisiones orientadas a espantar las pocas inversiones en la Venezuela de los petrodólares constituyen un ejemplo de los fracasos de aquella idea de que la producción puede continuar, aunque las decisiones políticas sean desacertadas.
Para avanzar hacia crecientes niveles de participación en los beneficios del desarrollo y en el ejercicio de los derechos, es necesario progresar simultáneamente en inclusión social e inclusión laboral de la población mediante políticas activas, recalca la CEPAL.
“En promedio, alrededor del 40% de la población ocupada de América Latina recibe ingresos laborales inferiores al salario mínimo establecido por su país y esa proporción es mucho más elevada entre las mujeres (48,7%) y los jóvenes de 15 a 24 años (55,9%). Entre las mujeres jóvenes esa cifra alcanza a 60,3%. Es preciso implementar políticas universales sensibles a las diferencias para cerrar las brechas de acceso que afectan a los distintos grupos de la población, así como reconocer el escenario de nuevos y antiguos riesgos que inciden en la sociedad en su conjunto, indica la Comisión”.
En lo local las expresiones de desigualdad se encuentran en la agenda cotidiana de los gobernantes, quienes se comprometen permanente a aminorar el impacto de estos desequilibrios en la distribución de la riqueza.
Nadie ignora los fracasos recientes de las firmas del “Pacto Eléctrico” ; los reclamos de las autoridades para impulsar un aumento salarial y que una vez y por toda empiece a derramarse el cacareado crecimiento; los esfuerzos para impulsar nuevas políticas fiscales y mejorar las recaudaciones; los infructuosos sacrificios de los gobiernos de la región en la lucha contra la corrupción e impunidad; narcotráfico y tráfico humano; en definitiva la lucha sistemática contra el incremento de los flagelos que son reflejos de las desigualdades.
Ahora toca a la presente generación ir tras las semillas de la desigualdad económica y encaminar sus esfuerzos para lograr un mundo más justo, equitativo y sin los desequilibrios constantes que nos acechan.
También ha sido capaz de encabezar el protagonismo al frente de un desarrollo tecnológico con suficiente consecuencia en la transversalidad del conocimiento, como para considerarse afortunado por ser esta el inicio de una nueva denominada la época digital.
Surgieron en aquellos esfuerzos ideológicos las más descabelladas teorías tratando de realizar acotejos de la producción, en algunos casos arrancándose a la propiedad privada.
Fue el momento del surgimiento de las leyendas del fascismo, el comunismo y el neoliberalismo como fuente de sustento de los movimientos de masas.
Los filósofos se ampararon en la forma en que se fue concentrando la riqueza a lo largo y ancho del mundo industrializado dejando una estela de desigualdades de difícil corrección a corto plazo.
Estas condiciones desfavorables fueron aprovechas para el desarrollo de nuevos elementos discursivos y nuevas doctrinas esperanzadoras, a las que no escaparon visiones absurdas y redentores de todos los tipos.
Los radicalismos se esparcieron sembrando el temor en las comunidades atrasadas, las cuales aportaron los jóvenes para ser sacrificados en esas diatribas de las cuales nadie parece hacerse responsable.
La respuesta presentada por Thomas Piketty, en su afanado libro el Capital del Siglo XXI, incluye un sistema global de impuestos progresivos a la riqueza para ayudar a reducir la desigualdad y evitar que la gran parte de ella quede bajo control de una pequeña minoría.
Montada su tesis sobre el propio neoliberalismo y conociendo como sucumbieron sus contrapartes los fascistas y los comunistas y, con un exhaustivo análisis de la historia y sus expresiones económicas recrea un escenario cuya finalidad fundamental no se detiene en frenar la producción, por el contrario le da una nueva modalidad a los capitales para poder ir mas allá de sus propias trampas y así evitar esa nociva concentración en manos esos pequeños grupos.
Thomas Piketty argumenta que ha habido una tendencia histórica a una mayor desigualdad que se revirtió entre 1930 y 1975 debido a circunstancias únicas: las dos guerras mundiales, la Gran Depresión y una recesión alimentada por la deuda que destruyeron mucha riqueza, particularmente la propiedad de la élite.
Piensa que estos acontecimientos llevaron a los gobiernos a tomar medidas para redistribuir los ingresos, especialmente en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. El rápido crecimiento económico posterior de ese tiempo comenzó a reducir la importancia de la riqueza heredada en la economía mundial.
En definitiva se fundamenta en la creencia de que la tasa de crecimiento volverá a caer por debajo de la tasa de retorno, y en consecuencia el siglo XXI será una aberración en términos de desigualdad.
No solo fue el quien dio el gripo de advertencia, otros engendros ideológicos se aposentaron en diversas latitudes procurando dar una respuesta a este creciente desafío generador de desconfianza en las fuerzas productivas del modelo neoliberal.
Todas estas utopías sufragáneas del recién sepultado socialismo prendieron de la mano de los nuevos redentores, sobre todo, en aquellos lugares donde las élites políticas no fueron capaces de armonizarse con el modelo democrático neoliberal.
El presidente Donald Trump lo proclamo: los días de…”Nicaragua, Bolivia, Cuba y la Venezuela están contados” en una franca referencia a sus regímenes, totalmente ajeno a los modelos prevalecientes en la región.
Los inventos surgidos en esta parte del mundo como aquella famosa tesis adoptada por Hugo Chávez reinventado el socialismo –Socialismo del Siglo XXI- desde la óptica de la disolución de los capitales y sus funestas decisiones orientadas a espantar las pocas inversiones en la Venezuela de los petrodólares constituyen un ejemplo de los fracasos de aquella idea de que la producción puede continuar, aunque las decisiones políticas sean desacertadas.
Para avanzar hacia crecientes niveles de participación en los beneficios del desarrollo y en el ejercicio de los derechos, es necesario progresar simultáneamente en inclusión social e inclusión laboral de la población mediante políticas activas, recalca la CEPAL.
“En promedio, alrededor del 40% de la población ocupada de América Latina recibe ingresos laborales inferiores al salario mínimo establecido por su país y esa proporción es mucho más elevada entre las mujeres (48,7%) y los jóvenes de 15 a 24 años (55,9%). Entre las mujeres jóvenes esa cifra alcanza a 60,3%. Es preciso implementar políticas universales sensibles a las diferencias para cerrar las brechas de acceso que afectan a los distintos grupos de la población, así como reconocer el escenario de nuevos y antiguos riesgos que inciden en la sociedad en su conjunto, indica la Comisión”.
En lo local las expresiones de desigualdad se encuentran en la agenda cotidiana de los gobernantes, quienes se comprometen permanente a aminorar el impacto de estos desequilibrios en la distribución de la riqueza.
Nadie ignora los fracasos recientes de las firmas del “Pacto Eléctrico” ; los reclamos de las autoridades para impulsar un aumento salarial y que una vez y por toda empiece a derramarse el cacareado crecimiento; los esfuerzos para impulsar nuevas políticas fiscales y mejorar las recaudaciones; los infructuosos sacrificios de los gobiernos de la región en la lucha contra la corrupción e impunidad; narcotráfico y tráfico humano; en definitiva la lucha sistemática contra el incremento de los flagelos que son reflejos de las desigualdades.
Ahora toca a la presente generación ir tras las semillas de la desigualdad económica y encaminar sus esfuerzos para lograr un mundo más justo, equitativo y sin los desequilibrios constantes que nos acechan.
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