Desde el año 1639 Japón inició el brutal proceso de modernización que Japón que llevó a miles de sus ciudadanos a emigrar a América Latina al final del siglo XIX.
El gobierno niponés adoptó
una política de cerrar esa nación asiática para el resto del mundo, prohibiendo
los ingresos y las salidas de personas.
Las medidas impuestas por el
régimen de entonces eran tan severas que quien entrara o saliera del país sería
condenado a muerte.
Este aislamiento duró más de
200 años, hasta que, en 1853, un oficial naval estadounidense Matthew Perry,
ingresó con busques de guerra a lo que hoy es la bahía de Tokio.
Perry logró forzar a Japón a
reabrirse al comercio internacional, pero el país siguió prohibiendo a sus
ciudadanos abandonar el territorio.
Solo con la llegada del
emperador Meiji, 15 años más tarde, que Japón permitió la emigración y los
resultados son elocuentes.
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