Por Néstor Estévez.
Nos
ha correspondido vivir en una etapa en la que todos comunicamos para todos.
La
comunicación, entre otros muchos beneficios, sirve para que nos mantengamos
humanos. Por ella es que nos convertimos en el promedio de las cinco personas
con las que más interactuamos. De ella depende que entendamos y que logremos
avanzar mediante los acuerdos con otros seres humanos. Por eso se le considera
reconstructora de experiencias y soporte de la sociedad.
Sin
embargo, aunque sobre quienes creen saberlo todo, con alta frecuencia, en la
sencillez encontramos la alta carga de verdad contenida en una frase atribuida
a Isaac Newton: “Lo que sabemos es una gota; lo que ignoramos es el
océano”.
Por
eso reto, incluyendo a quien se crea “sabelotodo”, a buscar y conocer vías para
mejorar la comunicación y usarla como valiosísima herramienta que, por demás,
resulta de altísima utilidad para lograr objetivos.
Claro
está que no todos deberemos convertirnos en estudiosos de la comunicación. Pero
aprender a gestionarla sirve para lograr entendimiento, acuerdos, equilibrio y
colocarnos en vía franca para avanzar en cada propósito.
Claro
está que cada persona cuenta con potencial para comunicar; de hecho, todos
comunicamos. Pero de muy poco sirve ese potencial si no lo convertimos en potencia,
en capacidad de hacer, y de hacerlo bien. Y no es que se trate de un asunto
“del otro mundo”, pero tiene sus complejidades.
Sobran
las evidencias de que esa capacidad ha sido muy poco desarrollada y, en
consecuencia, está siendo muy mal usada. Y eso está provocando graves daños a
las relaciones interpersonales, impidiendo el real avance como sociedad y hasta
poniendo en grave riesgo los logros que alguien pueda exhibir de manera
particular.
Veamos
tres simples muestras de mala comunicación. La estridencia al expresarse, como
si hablar más alto fuera indicativo de tener razón, es “pan nuestro de cada
día”. Cambiar de discurso, dependiendo de la coyuntura, es fiel reflejo de
quien asume que los demás no tienen memoria. Y disparar mensajes como si los
demás estuvieran destinados a simplemente recibir, completa una trilogía que
sirve como penosa muestra del grave deterioro de la comunicación actual.
Comencemos,
a manera de esos tutoriales que se han puesto tan de moda, con un tema clave
para lograr un virtuoso avance en el desarrollo de nuestra capacidad
comunicativa. En este ámbito adquiere una importancia capital lo que se conoce
como escucha activa. Se trata de una habilidad que puede ser adquirida y
desarrollada con la práctica.
Dos
advertencias son necesarias sobre la escucha activa. La primera es que puede
parecer difícil de dominar. Lo real es que hay que ser pacientes y tomarse un
tiempo para desarrollarla adecuadamente. Y la segunda es que la escucha activa
no es oír a la otra persona, sino estar totalmente concentrado en el mensaje
que el otro intenta compartir.
Para
lograr una escucha activa sirve de gran ayuda conocer, entender y aplicar
algunas técnicas sencillas y muy eficientes. Como se trata de temas básicos, lo
más atinado puede ser comenzar por manejar estos tres niveles:
Lo
primero debe ser oír, que permite captar sonidos. Este primer nivel es
sencillo, porque los oídos, a diferencia de los ojos, siempre están abiertos.
El segundo nivel es escuchar. Es mucho más que simplemente oír. Escuchar
permite identificar ideas y opiniones. Este nivel es más complejo que el
primero, por su carácter racional y analítico.
Pero
hay que llegar al tercero: la empatía. Es esa capacidad para “ponerse en los
zapatos” de la otra persona. Esa es la clave que permite identificar emociones,
las cuales afectan las actitudes y estados de ánimo de las personas. Solo
oyendo y escuchando, hasta lograr verdadera empatía, es como logramos
comunicarnos y entendernos.
Invito
a finalizar esta breve lectura con dos acciones para celebrar: la primera es
disfrutar esa especie de “magia” que se logra luego de aprender a escuchar y
empatizar, como vía para lograr propósitos. Y la segunda es compartir, “aquí
entre nos”, ese sentimiento de complicidad que provoca observar a cierta gente
que se cree sabelotodo y no logra identificar oportunidades de mejora en un
escrito que se titula “Claves de comunicación para principiantes”.
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